Durante años fui la mujer que encendía velas.
Literal y metafóricamente.
Encendía velas aromáticas, pasionales, urgentes.
Velas de deseo, de incertidumbre, de cama deshecha y labios mordidos.
Velas de “aquí estoy, mírame”, “tócame”, “hazme perder el sentido”.
Encendía el cuerpo. La mirada. La conversación.
Encendía hasta las fantasías ajenas sin querer.
Pero, querida…
Hoy ya no me interesa arder.
Me interesa decidir.
No…
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