Hace unos años, escribía con fuego. El teclado era mi amante y mis palabras, orgasmos sin culpa. Las cuarenta los viví con ganas, con la piel en llamas, con un erotismo que salía por los poros y se colaba en cada texto. Era una fiesta.
Y ahora… en el quinto piso, la fiesta se fue sin avisar.
No sé si mi ropa interior tiene encaje o si simplemente está escondida en algún cajón del clóset que ya no abro. La libido, esa acompañante fiel y caprichosa, se extravió entre las hormonas en huelga, las noches sin dormir, los bochornos traicioneros y una lista de pendientes que no incluye besos.
A veces la extraño.
A veces la odio.
Y otras, simplemente me da risa.
No, no estoy muerta por dentro ni soy un desierto. Solo "estoy distinta". No me excitan los mismos hombres, ni los mismos juegos, ni siquiera las mismas ideas. El cuerpo pide ternura, pero también misterio. Me excita la inteligencia, una pausa bien hecha, una conversación que no quiera llevarme a la cama, sino al fondo de mí.
Y sí, a veces, recuerdo cómo era. La memoria de ciertos encuentros todavía me hace cerrar los ojos con una sonrisa cómplice. Pero ya no quiero repetir, quiero reinventar, encontrar formas nuevas de tocarme, de excitarme, de desear.
No sé si mi libido se fue a un retiro espiritual, a un taller de cerámica o si se fugó con algún galán de mis sueños de juventud. Pero no está perdida. A veces, al despertar, la siento asomarse tímida, como si dijera: “¿Todavía me necesitas?”
Y la verdad… sí.
Pero no igual.
Distinto. Más suave. Más mía.
Esta es mi bitácora.
No es un mapa del placer.
Es la ruta incierta de una mujer que no quiere dejar de desearse ni desear, aunque en este momento no tenga muy claro el "cómo".
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