No sé si es la edad, el cansancio, las historias acumuladas o simplemente la lucidez. Pero hay días en los que me sorprendo a mí misma fantaseando con una historia de amor épica y otros en los que solo quiero cambiar las sábanas, poner música bajita y no hablar con nadie.
No estoy cerrada al amor, ojo. Sigo creyendo en las conexiones profundas, en los encuentros que te remueven el alma y te hacen reír a carcajadas en medio de la madrugada. Pero la idea de “enamorarse” como antes con fuegos artificiales, mariposas nerviosas y promesas infladas ya no me seduce tanto. Será que me volví más escéptica o más honesta conmigo misma.
Amar a los 50 y pico no es lo mismo que amar a los 30. A los 30 me importaba impresionar. A los 40 todavía quería que todo fuera intenso. Hoy, lo que busco es paz. Silencio compartido. Alguien que no me quiera cambiar, que no me diga cómo debo ser, que no compita con mi sombra ni se asuste de mi claridad. Eso no se encuentra en cualquier esquina.
También está el cuerpo. Que sí, sigue siendo mío y sigue teniendo ganas, aunque ya no se le antoje correr maratones eróticos ni enamorarse cada tres meses. A veces tengo deseo, sí, pero es un deseo más selectivo, más íntimo, más raro. Hay veces en que simplemente no está. Y no pasa nada.
Por eso, hay domingos en los que me dan ganas de enamorarme. Salir, conocer a alguien, dejarme sorprender. Hay otros en los que pienso que lo único que necesito es una lavadora funcionando, una cena rica y unas sábanas recién puestas. No es resignación, es libertad. Es tener claro que el amor puede ser delicioso, pero no siempre necesario.
Y si llega, que me encuentre cómoda. Con las sábanas limpias, el corazón en paz y sin necesidad de fingir que tengo 35 ni libido en piloto automático.
¡Tienes que ser miembro de Mujeres Construyendo para agregar comentarios!
Únete a Mujeres Construyendo