Hoy me duele. No por lo que pasó, sino por lo que no pasó.
Por las respuestas que nunca llegaron,
por los gestos que esperé y se quedaron suspendidos en el aire,
por los “likes” donde yo había dejado un pedazo de mi alma.
Me da rabia, lo admito. Rabia de sentirme invisible,
de descubrir que lo que para mí era importante, para otros apenas merece un vistazo rápido,
una reacción vacía, un “me gusta” por compromiso.
Y detrás de esa rabia hay una tristeza más honda:
la de no ser vista, la de no ser elegida,
la de sentir que mi existencia pesa menos de lo que pensaba.
Por momentos quisiera hacerme pequeña, restarle valor a lo que siento,
convencerme de que exagero.
Pero no, no lo hago.
Porque he aprendido que no es ego querer ser vista.
Es una necesidad profundamente humana:
saber que alguien nota tu presencia,
que tu voz no se disuelve en el ruido.
A veces pienso que el orgullo es el disfraz del miedo: ese miedo a ser herida otra vez,
a mostrar lo que duele y que nadie lo sostenga.
Pero no quiero dejar que ese miedo decida por mí.
No quiero volverme dura para protegerme.
Prefiero seguir siendo transparente, incluso si me rompe un poco.
Prefiero sentir antes que anestesiarme.
Hoy siento como si algo invisible me absorbiera la alegría. Una especie de vacío que deja el “no me importa” disfrazado de indiferencia.
Pero sé que esto también pasará.
Y cuando lo haga, no quiero salir de aquí más fría, sino más consciente.
No me voy a encoger. No voy a hacerme menos para caber en los afectos de nadie.
Tampoco voy a apagar mi luz solo porque a otros les resulta incómodo su brillo.
Tal vez hoy me habite la tristeza, pero mañana (o pasado) volveré a habitarme yo.
Y esa, aunque nadie lo note,
será mi pequeña victoria frente al ruido de lo que no pasa.
¡Tienes que ser miembro de Mujeres Construyendo para agregar comentarios!
Únete a Mujeres Construyendo