(porque alguien los peleó antes)
Hubo un tiempo —no tan lejano— en el que salir de casa era un privilegio masculino.
No por falta de ganas. No por falta de talento. No por falta de capacidad.
Sino porque algo tan básico como un baño público no existía para las mujeres.
En 1851, mientras el mundo celebraba el progreso en la Gran Exhibición de Londres, las ciudades estaban diseñadas con una sola perspectiva. Los hombres caminaban, viajaban, trabajaban, decidían. Mientras tanto, muchas mujeres aún calculaban el tiempo, el trayecto, el riesgo. El cuerpo también era una frontera.
Pedir un sanitario era visto como un acto inmoral. Salir demasiado, como una falta. Ocupar el espacio público, como una provocación.
A eso se le llamó “correa urinaria”: una forma elegante de decir que la ciudad mantenía a las mujeres atadas al hogar.
Esta historia no va de baños. Va de diseño, poder y exclusión.
Las ciudades, las normas, los sistemas —igual que muchas organizaciones hoy— fueron construidas desde una visión parcial. Y cuando no formas parte del diseño, tu presencia parece una excepción. A veces, incluso, un estorbo.
Por eso algunas mujeres comenzaron a reclamar. Por eso fueron ridiculizadas, castigadas, arrestadas. Por eso pasaron más de 50 años hasta que, en 1905, se inauguró en Londres el primer baño público exclusivo para mujeres.
Un derecho mínimo. Un logro enorme.
Hoy entramos a un baño sin pensarlo. Viajamos por trabajo.
Asistimos a eventos.
Ocupamos espacios que antes nos estaban negados.
Y justo ahí está el riesgo: olvidar.
Olvidar que cada derecho fue una lucha. Que cada “normalidad” fue una discusión incómoda. Que cada espacio ganado tuvo un costo emocional, social y personal para otras mujeres.
No para victimizar. Sino para dimensionar.
En Mujeres Construyendo no hablamos solo de liderazgo, empresas o proyectos. Hablamos de conciencia. De entender que lo que hoy disfrutamos no llegó solo, y que lo que aún falta tampoco llegará sin intención.
Recordar estas historias no es vivir en el pasado. Es entender el presente con más profundidad.
Es usar los derechos con responsabilidad.
Es no minimizar lo que costó.
Porque cuando una mujer ocupa su lugar en el mundo sin pedir permiso, lo hace sobre los pasos firmes de muchas que caminaron antes… incluso cuando la ciudad no estaba hecha para ellas.
Y eso, también, es construcción.
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