Recuerdo los días de sonrisa fácil, simplona; ayeres no muy lejanos en la línea del tiempo pero sí en mi memoria… Y no es que hoy no sea feliz, o que no tenga motivos para serlo, sobre todo cuando un par de manos me han amarrado para siempre a su corazón. Es, sencillamente, que hoy la felicidad no se me desborda sin razón alguna, ni me arrebata suspiros a medio anochecer…
Quizá cuestiono demasiado, tal vez sea menos tolerante al olvido, a la imposición y al sexismo. O bien puede ser que las noches de insomnio estén comenzando a cobrar una factura muy alta.
Como sea, me declaro incapaz de voltear la mirada y hacer como que no pasa nada cuando escucho a una mujer que juzga a otra, midiendo sus capacidades en función del largo de su falda; o cuando veo que, al reverso de toallas sanitarias, se manda un mensaje preciso a un número indeterminado de mujeres: “nuestro espacio es realmente nuestro cuando lo decoramos”… Y entonces me pregunto si de acuerdo a esta premisa, debemos decorar el espacio público para considerarlo realmente nuestro…
Y con la misma postura (intolerante, dice una mujer que me quiere y a quien quiero, pues, según me recuerda hoy sí y mañana también, “el mundo no va a dejar de funcionar así nomás porque a ti no te gusta”), rechazo esa oleada de mensajes que reconocen la heterosexualidad como la única forma posible de amor, y que con la misma arbitrariedad niegan la existencia de la amistad cariñosa y festiva entre hombres, como si fuese un asunto exclusivo de mujeres (heterosexuales, por supuesto).
Y la lista de sucesos irrelevantes de consecuencias reveladoras puede seguir, molestando mi vena feminista allá por donde vaya; y como Caitlin Moran, creo que al hablar de feminismo lo debemos hacer hablando de todos los temas, alcanzando todas las edades, gustos, profesiones, diversiones… Pero hacerlo nosotras, entre, por y para nosotras… concluido el proceso, incorporemos (o al menos invitemos) a los varones. Que no sean ellos quienes nos indiquen el qué, cómo y cuándo de nuestras agendas, de nuestras necesidades… Porque por algo son nuestras, no de ellos.
Y entonces, me siento al pie de mi ventana, a esperar que aparezca un nuevo cuarto creciente…
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