No tuve idea de cuán pesado es viajar con niños hasta que me fui de vacaciones con Fernanda. El viaje en avión desde una ciudad tan calurosa como Tuxtla Gutiérrez me hizo desear haberme quedado en casa, pero ya estaba ahí.
Fernanda, con todo el aguante que su cuerpecito le dio, soportó las horas de vuelo, más las de transporte vía terrestre de manera estoica, pero cuando llegó la noche y estuvimos en casa de mi hermano para descansar, el cansancio le salió por los poros y lloró toda la noche.
Al día siguiente salimos muy temprano rumbo a Distrito Federal. Mi madre llegó por nosotras a la central norte y, como lo esperaba, la sensación fue la bebé. Su abuela la recibió con besos y abrazos y mimos. Y ella que es toda una socialité, no desdeñó absolutamente nada.
Ese mismo sábado por la tarde habíamos pactado una comida con Sonia y Carolina, quien nos visitaría desde Aguascalientes. No me gusta llegar tarde pero desde que Fernanda llegó a mi vida me es casi imposible salir a tiempo.
Al final la reunión se aplazó una hora más y terminamos tomando un café en algún lugar de la calle Independencia. Fue una tarde maravillosa, hace poco más de un año nos reunimos también las cuatro, sólo que nadie sabía que Fernanda estaba ahí.
Los días posteriores fueron completamente familiares. Mis sobrinos han crecido mucho y son un encanto haciendo travesuras. Por supuesto que Fernanda aprendió mucho de la convivencia, le encantó estar rodeada de niños que más que hacerle cariños la incluían en sus juegos y travesuras.
Ella aprendió a bailar y descubrió que de la bolsa de mamá siempre salen cosas divertidas (no sé que pasará el día que eso cambie jeje), sus primos también le enseñaron que las cosas son divertidas cuando las golpeas una contra la otra y que las piernas tienen una función. Ella todavía está intentando descubrir cómo hacerlas trabajar.
Tuve la oportunidad de tener mi primer noche de soltera desde que me convertí en mamá. Me fui a un bar en el DF con una amiga de la vida, hubo un concierto de un grupo que pocos en México conocen pero que a nosotras nos encanta. Tomamos unas cervezas, gritamos y fuimos casi grupies como hace mucho que no lo hacíamos. Compartimos un momento de descanso de nuestra vida de personas adultas y nos convertimos en adolescentes por unas horas. Claro, volviendo a casa nos esperaban nuestros retoños para recordarnos que, en la medida de lo posible, alguna vez volveremos a sentirnos como adolescentes.
Durante mis vacaciones vi a gente que forma parte importante de mi vida aunque me hubiese gustado tener más tiempo para compartir.
Por primera vez en mucho tiempo tuve el deseo de quedarme. Es algo nuevo porque desde hace siete años que salí de casa no he tenido el deseo de volver a establecerme en León pero ahora sentí deseos enormes de dejar todo y volver.
En resumen, mis vacaciones fueron mejores de lo que esperaba: brisas frescas después de calores terribles, familia, amigos, conciertos, carteras perdidas, reuniones inolvidables y sobre todo mucho amor. Todo en ellas valió la pena.
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