Solíamos pensar que el océano era el paraíso. Creímos por años en un paraíso inacabable, infinito, todo a nuestra disposición. Como casi todo lo que hay en el planeta la humanidad ha pensado que los recursos del océano eran interminables y todo para su uso. Pero nuestra humanidad ha llegado a un punto de inflexión. Hoy sabemos que los recursos del océano si son finitos. Más aún, sabemos que nuestro abuso es causante de su severa disminución.

Hace una década o dos nadie habría pensado siquiera en la posibilidad de que el paraíso submarino pudiera terminarse y con ello amenazar nuestra propia subsistencia en el planeta. Enfrentémoslo, hoy esa es la realidad más cruda a la que se enfrenta la humanidad ante el cambio climático, la contaminación de los océanos y el rápido deterioro ambiental que vivimos. 

Las grandes masas de agua viva de las que está formado nuestro planeta hoy están amenazadas. La vida en el planeta está amenazada y somos nosotros, los humanos, la mayor amenaza a la vida y a nuestra propia existencia. 

¿Por qué esto debería importarnos?

La mayor parte del oxígeno del planeta se genera en el océano, la mayor parte del dióxido de carbono -principal causante del cambio climático- es absorbido por el océano. El océano ayuda a mantener estable la temperatura del planeta a través de la lluvia que nos permite que el agua riegue la tierra sobre la que pisamos. En el océano habita la mayor cantidad de vida conocida ¡y la desconocida! Sin agua, sin océanos simplemente no hay vida posible. 

Comemos y vaciamos el océano más rápidamente de lo que el ecosistema puede reponer. La pesca de arrastre, por ejemplo usa redes de hasta 80 y 90 kilómetros en las que quedan atrapados no sólo los peces o vida marina objeto de la pesca sino también toneladas de muchas otras especies que mueren o son gravemente heridos en las redes: delfines, esponjas, tiburones, rayas, corales, focas o tortugas que al no tener valor comercial son desechadas como basura al océano.

Se calcula que por cada medio kilo de pescado o de otra especie marina que llega a comercializarse, entre cuatro kilos y medio e incluso hasta 40 kilos de otras especies fueron tirados al mar. 

En 50 años hemos perdido más del 90% de los grandes habitantes del océano: sólo queda un 10% de los tiburones, un 5% del atún de aleta azul del Pacífico y un 5% del bacalao del atlántico. Todos ellos especies que, como parte de una cadena natural, valen más vivos que en nuestros platos. 

Casi la mitad de los arrecifes de coral del mundo ha desaparecido a causa del blanqueamiento producido por el cambio climático y la contaminación de los océanos, contribuyendo al incremento en 500% de la existencia de zonas muertas en el océano. 

Una zona muerta son puntos en el mar don de la vida simplemente ya no existe ni puede existir. Una de las razones de que esto ocurra es el uso intensivo de fertilizantes en la agricultura -que luego son regados y descargados al mar- genera hipoxia marina donde el exceso de nutrientes contribuye al crecimiento desmesurado de bacterias y algas que consumen todo el oxígeno del agua dejando a ésta sin oxígeno suficiente para que puedan sobrevivir animales y plantas. En 1975 sólo existía una zona muerta. En 2014 se contabilizaban más de 500. 

Perforamos el fondo marino para extraer petróleo con consecuencias terribles: derrames masivos y derrames a cuenta gotas, todo suma para crear también zonas muertas, acabar con la vida y con nuestra supervivencia. 

¿Estás preparado para responder a tus hijos cuando te pregunten por qué no hicimos algo para rescatar el paraíso cuando aún se podía? 

Aún tenemos tiempo, aún podemos evitar esa pregunta. El punto de inflexión es en esta generación, no hay más. 

Aún hay esperanza, la próxima COP21 a celebrarse en Paris en diciembre próximo podría marcar la pauta para ello, en la próxima entrada les contaré sobre ello. 

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