Escribo faltando 20 minutos para que el día más empalagoso del año concluya.

Nunca he creído en las mariposas en el estómago, probablemente sean murciélagos o un dolor estomacal, gastritis o agruras, me ha pasado que veo a alguien, me gusta, pero días lo vuelvo a ver y me pregunto ¿qué le vi?

Probablemente crea querida lectora o lector que están frente a un “grinch” versión San Valentín que rompe los corazones de papel y truena los globos, están equivocados, en algún momento de mi vida fui igual de romántica o peor que muchos hoy en día, tanto era que desde enero elaboraba los regalos que prepararía para mis amigos o novio en turno. En una ocasión en la preparatoria borde en cruceta separadores personalizados para mis amigas y un cojín para él, elaboraba corazones, estrellas, flores y cajitas en origami, envolvía paletas, inflaba globos, y bueno, infinidad de detalles para demostrar mi amor o amistad, y no solo eso, era empalagosa con mis novios: mensajes, abrazos, besos, poemas, y un largo etcétera.

Pero llegó el momento en que se acabó, aún continuo con los detalles para las amigas y amigos (el año pasado les hornee galletas), pero poco a poco ha ido disminuyendo, no culpare en estas líneas a los crueles hombres que han roto mi corazón en muchos pedazos – creo que ellos tienen más por que culparme a mí-, pero sí creo que a lo largo de los años “experimentar” el amor nos cambia.

El sábado platicaba con un amigo sobre el amor romántico, le decía que no creía que existiera, primero porque el amor alguien menciono -sigo son recordar la fuente-  es el opio para las mujeres, es como si nos dijeran que no podemos odiarlos o estar en contra de ellos porque debemos ante todo amarlos, segundo, el amor no existía, antes era un contrato de poder entre hombres para adquirir más bienes: casarse con ella implicaba tener más tierras, ganado, dinero o poder y finalmente la idea casi receta de que después de conocerlo tendremos un final feliz.

No dudo de la ilusión del amor adolescente -yo también fui una de ellas-, de creer que es el príncipe azul que viene a rescatarnos -de los maestros, de la mamá que no las deja salir- y que él será para siempre nuestro primer y gran amor, y creíamos que nos cantarían al oído como Arjona (uno de mis gustos culposos a esa edad):

Me gusta porque es auténtica y vive sin recetas 
de esas que tratan de vestir al amor de etiqueta 
he venido a parar con la mujer que no soñé jamás 
pero también jamás fui tan feliz.

Con el paso de los años uno aprende que el amor es esa liberación masiva de dopamina, pero también aprende a base de lágrimas, desamores, rompimientos trágicos y dramáticos que el amor es un producto que nos cuentan e intentamos conseguir.

Pero antes de que sigan creyendo que no tengo corazón, si creo que el amor puede existir sin toda esa producción de cuento, existe cuando encontramos a alguien con quién platicar hasta tarde, cuando queremos que sea el o la primera en enterarse de una buena noticia o correr a sus brazos para que nos diga que todo va a estar bien, es con quién peleamos, discutimos, tenemos conflictos intelectuales, nos contradice, calla, pero al final siempre esta.

Para llegar a esto han pasado muchas lágrimas, botes de helado, noches de bar con las amigas y paquetes de pañuelos para consolar, pero, aunque no crea en esta idea romántica, creo que podemos llegar a un amor dónde todos los sentidos intervengan y estemos seguros de lo que estamos haciendo. 

Nunca he experimentado las mariposas o murciélagos en el estómago, pero sí esa alegría y tranquilidad de estar con alguien platicando y tomando una cerveza una noche de sábado.

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