El orginal está publicado en El Universal

Cuatro años han pasado desde que en 2011 el hoy fallecido rey saudí Abdalá bin Abdelaziz emitió un decreto para reconocer el derecho de las mujeres a participar tanto con su voto como para convertirse en candidatas en elecciones municipales. Hace unos días, de acuerdo con la Saudi Gazette, Jamal Al-Saadi una mujer de Medina, pasó a la historia al convertirse en la primera mujer en registrarse para emitir su voto en Arabia Saudita. 

Este es un sueño hecho realidad en uno de los países más ricos del mundo y uno de los más retrasados en el respeto y garantía de los derechos de las mujeres. Así como hoy es el voto, hace algunos años, se vivió otro momento de optimismo en el país cuando a algunas mujeres les fueron otorgadas becas para estudiar una carrera en el extranjero o al grado en el que  a las mujeres les fue permitido comprar sus brassieres con mujeres y no con hombres. 

Sin embargo sigue siendo un sueño que se queda corto. Para las mujeres en este país el voto es sólo uno más de la lista de promesas a medio cumplir (hasta ahora) donde las leyes religiosas son prohibitivas en casi cualquier cosa para ellas. 

Desde conducir un automovil hasta salir de casa solas. La vida de las mujeres saudíes no es más que un listado de cosas que no pueden hacerse y de cosas que si se hacen de manera “incorrecta” a ojos de los clérigos más obtusos, pueden también ser castigadas. 

Un ejemplo de ello es un caso que le dio la vuelta al mundo hace un tiempo, cuando una adolescente denunció haber sido víctima de violación en grupo por siete hombres. Los jueces sentenciaron a los hombres pero también sentenciaron a la joven víctima pues, se dijo que su crimen había sido salir de su casa sin un guardian hombre de su familia, lo cual está estrictamente prohibido por la ley. Al final la joven recibió más azotes que uno de sus violadores. 

También hay que destacar que las mujeres no tienen reconocida una personalidad jurídica por si mismas sino que están “adheridas” al esposo o al padre, por ello no tienen permitido abrir una cuenta de banco si su esposo no les otorga el permiso para hacerlo lo que conlleva a perpetuar su dependencia económica. 

Y la lista no hace más que crecer: las mujeres saudíes no pueden estudiar, no pueden viajar, no pueden casarse, no pueden vestirse como deseen pues su vestimenta está regida por la ley islámica, no pueden maquillarse como gusten sin ser acosadas por la policía, no pueden relacionarse con hombres que no sean sus familiares, no pueden entrar por las mismas puertas que los hombres a los edificios, no pueden en suma ocupar el mismo espacio que los hombres. En este país parece que a las mujeres se les reconoce el derecho de respirar y eso a veces también puede ser coartado. 

Así que sin el derecho de salir de casa o de poder conducir hasta los centros de votación el derecho de votar se restringe muchísimo. Si a eso le sumamos que los centros electorales han sido divididos entre hombres y mujeres y que en la realidad los consejos municipales que se eligen no tienen un poder real, la medida se diluye considerablemente. 

¿Qué tiene que decir Occidente de un país que trata tan mal a sus mujeres? Poco en realidad, pues antes que preocuparle los derechos humanos de éstas, importa más su poderío económico. Occidente como siempre se contradice cuando de intereses se trata. 

Al parecer queda en un gesto simbólico que, lo que si permite, es mover el optimismo cuidadoso de muchas mujeres en el país que durante años han peleado por ver reconocidos sus derechos entre ellos por supuesto el voto.

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