Ariadna Fernanda López Díaz fue asesinada en un departamento de la colonia Condesa en la Ciudad de México mientras convivía con amistades, luego de haber estado reunidos en un bar de la misma zona.
La hallaron unos ciclistas dos días después, al descubrir un cuerpo tirado en la curva de La Perla, en Tepoztlán, Morelos y tras la identificación de ley, se tuvo certeza de que era ella la joven madre reportada como desaparecida.
Las autoridades de Morelos trasladaron la carga de la responsabilidad de los hechos a la víctima, argumentando el fiscal Uriel Carmona que el resultado de la necropsia señalaba que la muerte había sucedido producto de broncoaspiración, es decir, que ella estaba tan tomada que se ahogó con su propio vómito.
Esa declaración resulta revictimizante y se ha convertido en la más común de las maneras en que el sistema de procuración de justicia de cada rincón del país, de cada gobierno, de todos los partidos, busca sacudirse la responsabilidad de los feminicidios y entonces culpa a las víctimas por haber sido causantes de su propio asesinato.
De esa absurda manera es como Debanhi se tiró sola al aljibe, Luz Raquel se prendió fuego y Abigail se ahorcó con su propia ropa interior. En general, todas ellas terminan por ser responsables de ser violadas, ultrajadas, acosadas y asesinadas, en un acto que constituye un doble homicidio, pues además de haber sido asesinadas por ser mujeres, son también responsabilizadas de los agravios de los que son víctimas por autoridades cada vez más incapaces ante un problema que aumenta exponencialmente porque ellos y ellas – fiscales y gobernantes – lo único que quieren es tapar su incompetencia, exhibiendo su ignorancia, misoginia y complicidad.
No pueden, pues, como ya lo sabemos.
Y si ello no fuera ya razón suficiente para nuestro enojo social, hay que añadir a la ecuación el oportunismo y el lucro político con los feminicidios “para hacer campaña”.
¿Por qué Claudia Sheinbaum sale a dar rueda de prensa para decir que el fiscal de Morelos está revictimizando a Ariadna y que la investigación, que hasta ese momento se ha llevado a cabo en la Fiscalía de la entidad en la que el cuerpo fue encontrado, está “desaseada”?
¿Por qué la prisa de salir a desestimar a un fiscal –que por cierto, ya debería de haber sido relevado del cargo– y erigirse como la “heroína” que defiende el caso de una mujer asesinada? Claro, no en la Ciudad de México.
Ya desde el lunes en que se celebró la conferencia de la jefa de gobierno el caso olía a lucro político. Pero este jueves Héctor de Mauleón en su columna terminó por llevar el tema al punto de la indignación máxima: las declaraciones de la gobernante fueron emitidas sin tener en sus manos la carpeta de investigación que revela que los golpes en el cuerpo de la víctima fueron hechos post mortem.
No, Ariadna Fernanda no puede ser el nuevo “souvenir” de la anticipada campaña en la búsqueda de la Presidencia. Es vil usar políticamente a una víctima y lucrar con ella en una arena en la que ya todo lo que se toca tiene una lectura electoral.
Politizar el caso lo único que logrará es que jamás se sepa lo que realmente ocurrió y que no haya justicia tampoco para ella.
No pasemos del desdén de un gobierno que reclasifica los casos para generar la falsa apariencia de que los feminicidios disminuyen, a un escenario en donde los y las candidatas se entrometan para sacar raja política de las investigaciones que de por sí son lentas e imprecisas.
Las instituciones competentes son las que deben realizar su trabajo para que se haga justicia.
Además de este uso político, el caso de Ariadna resulta paradigmático por varias razones adicionales. Pasamos de suponer que hubo corrupción en la investigación a la evidencia que desnuda el vínculo entre el fiscal morelense y el presunto feminicida, lo que no solo lo debería separar del cargo que ocupa, sino imputarle las responsabilidades que corresponda.
Pero además da cuenta del nivel de deshumanización en que como sociedad hemos caído. Ver las imágenes de la forma en que Rautel “N” traslada el cuerpo de Ariadna asesinada, sin el menor recato, y cómo fue arrojada a La Perla cual si fuera basura, es aterrador.
Estamos a un paso de entrar al punto donde no hay retorno. No abramos esa puerta.
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