Es muy complejo abordar el tema de la violencia contra las mujeres porque no tenemos la costumbre de reconocerla como lo que es: una serie de delitos cometidos en contra de ellas.

 

Solemos ponerlo en el mapa solo a partir de la cantidad de asesinatos que se han cometido, de los que hasta hace poco sabíamos casi nada, hasta que los cuerpos mutilados, embolsados, desmembrados, violados y luego arrojados como desechos han ido saltando de la nota roja a las primeras planas, tanto por su crueldad como por la recurrencia.

 

Con uno de estos casos debería bastar para movilizar a las fuerzas del Estado, cuya prioridad debería ser investigar cada detalle para dar con los culpables y hacerlos pagar por su delito. El problema es que se nos juntaron los casos y se acumularon las indolencias.

 

Al día último de septiembre de 2020 hay en todo el país 704 presuntos feminicidios según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) y Veracruz es el segundo estado en número de casos registrados, y eso que hay diferencias entre las cifras oficiales que registran 67 y las del Observatorio Universitario de Violencias contra las Mujeres, que en el mismo período registra 74.

 

Si estos crímenes nos estremecen, más debería hacerlo saber que únicamente el 26.4 por ciento de los asesinatos de mujeres son tipificados como feminicidios. Los demás, quedan dentro del abismo infinito de los casos que son clasificados como homicidios dolosos (a propósito) que fueron dos mil 150, o culposos (accidentales) que ascendieron a dos mil 261 ocurridos en el mismo período de enero a septiembre de este año en todo el país, de acuerdo con la misma fuente y que tienen otra penalidad menos grave por alcanzar esa clasificación.

 

¿Por qué no se detiene esta oleada de violencia feminicida?

 

A la complejidad que entraña esa inocente pregunta me atrevería a puntualizar dos aspectos centrales. El primero, el altísimo nivel de impunidad. Si el asesinato no es clasificado como feminicidio, entonces podría incluso no ser considerado como delito grave. Pero de los que sí se tipifican de esta manera, un reducido número son consignados ante un juez y el porcentaje de sentencias condenatorias es muy bajo en comparación con el número de casos, en buena medida debido a la falta de perspectiva de género entre los juzgadores, respecto de lo cual hay que señalar que la propia Secretaría de Gobernación reveló que de las tres mil 552 agencias del Ministerio Público que hay en el país, menos del 5 por ciento son especializadas en delitos contra las mujeres.

 

La segunda razón que encuentro para explicar el incremento de la violencia feminicida es entender que no se trata de un delito aislado, sino de la consecuencia de una serie de violencias previas que no se ven a tiempo y que escalan hasta llegar a estos extremos, en los que el daño ya es irreversible.

 

Y ante ello, el Estado no es culpable, sino cada persona.

 

Ahí es donde no basta con cuidar a sus hijas, a sus madres, a sus hermanas, porque todas somos hijas, madres o hermanas de alguien a quien quizá no conozcas, pero que si no estamos, nos buscarán y nos llorarán porque somos personas y nadie tiene derecho a cortar nuestras vidas. Respetar a todas debería ser el lema, pero no se respeta ni a las que se tiene cerca.

 

Y para muestra, un botón. Pese a lo escalofriante del panorama que le he compartido hasta ahora, la violencia contra las mujeres no se reduce a las que son víctimas de feminicidio y ni siquiera a las que son asesinadas, pues el mismo reporte del SESNSP –respecto del cual se estima que hay un sub registro– revela que han crecido en forma preocupante las lesiones dolosas, la corrupción de menores, la trata y fundamentalmente la violencia familiar, que hasta el 30 de septiembre ascendía a 167 mil 868 casos denunciados.

 

Sí. Escuchamos que los gobernantes echan campanas al vuelo diciendo que el secuestro, el tráfico de menores, la extorsión y las violaciones bajaron. Las 12 millones 218 mil 980 llamadas al 911 en lo que va del año, así lo revelan.

 

Y eso que no todas denuncian, no todas reclaman, no todas piden ayuda.

 

Porque muchas tienen miedo. A que el enojo sea peor si denuncian; a que las corran si dicen “no quiero”; a que mañana no vuelvan a casa; y a que no encuentren nunca su cuerpo.

 

Y con todo y el miedo que paraliza, las mujeres hemos encontrado en el abrazo colectivo y sororo de las hermanas nuestras, las más jóvenes, las más rebeldes, la forma de decir ¡ya basta¡

 

Por eso hoy protestamos por todo, señalamos todo, cuestionamos todo.

 

Por eso protestamos en las calles, rayamos los muros, destruimos los vidrios, pintamos fachadas.

 

No hay casualidad alguna en que a la irrupción colectiva de todas nosotras en un espacio público que ya no es masculino sino plural, sobrevenga una tremenda oleada que incrementa las violencias todas y sobre la cual la respuesta del Estado sea la hostilidad y la persecución. No han entendido nada.

 

Creen que con ocultar las cifras y disolver las marchas terminará el problema, cuando lo que tienen que hacer es lo que no hacen: cumplir con su deber de procurar justicia, de prevenir delitos, de sancionar conductas.

 

Les es fácil recortar recursos ahora, cuando lo que tienen que hacer es priorizar el gasto para dejar de ser omisos y cómplices de cada feminicida.

 

Hoy lloramos por Alexis. Pero si la situación no cambia, mañana seguramente lloraremos por otra y muchas más.

 

@MonicaMendozaM

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