Publicado por primera vez en Otoño 2010
Aquella tarde, las hojas que caían de los árboles paseaban inquietas por los rincones del asfalto, recorrían centímetro a centímetro la ignorada existencia de las soledades que se dibujan en un trozo de cemento.
Una mujer, detrás de un árbol, agazapada entre las sombras de un sol escurridizo, me llamó con su suave mirada. Ahí, detenida por el tiempo, comenzó lentamente a contarme una historia.
No se sorprenda por mi semblante, hace mucho que no duermo bien: una guerra me quitó el sueño; me dijo con la voz pausada. Las palabras comenzaron a viajar, inquietas, entre el sonido provocado por los carros, el murmullo incesante de transeúntes...
Hace muchos años, cuando mis pasos recorrían a toda velocidad calles y avenidas, creía que mi objetivo a vencer eran los hombres. Sí, andaba por ahí, un día sí y otro también, analizando sus errores, haciendo obvias sus fallas; desde un pedestal que yo misma me monté, juzgué sin reparo alguno cada una de sus acciones y hasta el más callado de sus pensamientos. En cada acto que yo consideraba equivocado, me detenía sin disimulo, desmenuzaba el verbo, sujeto y predicado del acto en cuestión, y a partir de ahí, promovía lo que yo estimaba era lo correcto. Sí, hoy ninguna pena siento al decirlo: me sentí dueña de la verdad absoluta.
Quizá no en todo erré. Seguramente sí tuve aciertos, muchos tal vez. Sin embargo, si hoy, con la experiencia adquirida, anduviera atrás en los años, haría las cosas de manera diferente. Diría a los cuatro vientos que el género masculino no es un objetivo a vencer, es, sencillamente, la otra mitad de la población. Abofetearía mis extremos, demandando no sólo acción, sino corresponsabilidad en la acción. Firmaría cartas donde se solicitara la participación de hombres y mujeres en un concenso para formar una sociedad responsable, donde cada quien, desde sus diferencias, aportara ideas, no juicios de valor; propuestas reales y respetuosas, no denostaciones... Dejaría de responder a las provocaciones con insultos, y a los insultos con amenazas.Hoy, con mis años a cuestas, he entendido que el objetivo a vencer no son los hombres, sino las injusticias que todas y todos hemos generado, alimentado, solapado...
Sin duda, hay acciones que de ninguna manera deben tolerarse, y es menester exhibirlas, cuestionarlas y eventualmente, erradicarlas. Pero estoy firmemente convencida que, quizá, el único marco de referencia para ello, es el sentido de justicia y de respeto. Esas acciones, cometidas tanto por hombres como por las mismas mujeres, pasiva o activamente, son un muro que nos impide llegar a lo que debiéramos aspirar... a donde yo he deseado llegar, primero sin saber nombrarlo; hoy, segura de su existencia: un mundo con equidad.
Después de pronunciar estas palabras, con un andar sosegado, la mujer se perdió entre la multitud. La tarde comenzó a despedirse suavemente, mientras la noche anunciaba su llegada. Y mi mirada seguía detenida en aquella frase: “un mundo con equidad”.
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