Publicado por primera vez en Invierno 2011

El café sabe a pausa, a ese segundo detenido que vibra entre la sonrisa y la carcajada. El mar me sabe a limón: grande jugoso, envolvente.

El tiempo... el tiempo me sabe a chocolate, suave, deslizante, escurridizo y, para mí, inevitable.

Mis manos... hace mucho no las saborea el papel ni ellas se deleitan con los trazos frenéticos de la escritura. Son amantes que se extrañan con intensidad cuando orgullosamente se abandonan, pero logran reconciliarse en el primer beso, ese pálido esbozo de la primera letra... hoy fue la 'e'; tal vez más tarde el regocijo lo brinde una coqueta consonante..

Y mientras ese momento llega, ¿a dónde se van los pensamientos que no se materializan en esa mágica fusión de tinta y papel? ¿Dónde quedan tantas letras huérfanas, ideas inconclusas y confesiones no confesadas? ¿En qué lugar podré redescubrir los sonidos de palabras que huyeron de mi intención de expresarlas? Me gustaría creer que todo cabe y se mantiene en mi memoria, pero seguramente, en forma intermitente, mi memoria puede ser infiel...

Quizá, en un esfuerzo por sobreponerme a mi humana circunstancia, debiera otorgarle y otorgarme un voto de confianza, sentarme en lo alto de mi silencio y recordar... y así rescatar a esos hijos sin nombre que me llaman con desespero.

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