Publicado por primera vez en Verano 2010

 

Alguna vez lo dije: es inconcebible que la preocupación mayor de muchas mujeres sea el atuendo que habrá de usarse al día siguiente. Me faltaba vivir, creo yo, algunas experiencias. Hoy, simplemente, lo entiendo.

 

Seguramente no soy la única mujer que a diario escucha y lee noticias que bien pueden hacer hervir la sangre o enmudecer los sentidos, noticias que están directa o indirectamente relacionadas con la violencia hacia el género femenino y su máxima expresión: los feminicidios.

 

Qué hacer para que esas noticias reduzcan significativamente su número, es una tarea que involucra a todos los actores de la sociedad en distintos niveles de responsabilidad; sin embargo, considero que las acciones no sólo deben enfocarse a lo más visible. Hay actos en la vida diaria, que también transgreden la seguridad y libertad de las mujeres... actos a los que la sociedad prácticamente nos ha obligado a acostumbrarnos, y que cuando nos quejamos de ellos, nos tildan de exageradas... por decir lo menos.

 

Hace días leí en el blog de @HollaBackCzech una realidad indiscutible y que, sin duda, no tiene idioma o nacionalidad: el acoso. Y no es cualquier acoso. Es el acoso que se sufre desde el instante inmediato que transcurre entre cerrar la puerta de la casa y poner un pie en la calle... pie calzado con tacón o zapato tenis, da lo mismo.

 

Sería ocioso tratar de recordar con exactitud el número de ocasiones en que he escuchado comentarios tales como: “un piropo no se le niega a nadie”; “pero, ¿qué tiene de malo decirle lo ‘buena’ que está a una mujer?”; “ella se lo buscó: ¿para qué sale así vestida? ¡Para llamar la atención!”; “si bien que les gusta a ustedes las mujeres que les alimentemos el ego!”... y la lista es larga, cargada de connotaciones y estereotipos.

 

Yo, como mujer, al igual que Gioconda Belli, bendigo mi sexo: el cuerpo de la mujer, sencillamente, es hermoso. Que así se reconozca, es algo que se agradece... siempre que se haga con respeto, sin expresiones peyorativas que denigren.

No es de extrañar, entonces, que la preocupación mayor de muchas mujeres, jóvenes, adultas y de edad avanzada, sea el atuendo del día siguiente: en ello se juega la seguridad al transitar por las calles, la seguridad de llegar a una reunión, a clase o a un restaurante con la cabeza en alto, sin miedo a comentarios que enrojecen el rostro y nublan la mirada... Porque, posiblemente muchas mujeres como yo, han optado en más de una ocasión evitar una calle, un lugar, una mesa, un transporte colectivo o un saludo, por miedo al comentario que causará una ropa limpia y bien planchada. Ni hablar de un escote, una falda o unos lindos zapatos de tacón.

 

Desde luego, hay muchos matices en este asunto. Habrá quien diga que son las mismas mujeres las que provocan estas situaciones, que la ropa entallada y escotes profundos no son propios de oficinas, que esa misma ropa tampoco es la adecuada para caminar por la calle... No obstante la verdad que puede existir en estos argumentos, considero importante hacer hincapié en que, en el día a día, no hay atuendo que nos libre del acoso. Ante los ojos de quien considera el acoso como un piropo, ninguna diferencia hace una abertura o una blusa de cuello alto.

 

Hoy, con Simone de Beauvoir como mi silente juzgadora, me vuelvo a preguntar: ¿y qué estamos haciendo las mujeres por nosotras mismas? Sí, porque si bien es cierto el acoso lo padecemos en voz del género masculino (generalmente), también lo es que en muchas ocasiones somos testigos presenciales de este reprochable acto, y callamos o peor aún, celebramos el comentario del hermano, el jefe, el amigo, el vecino... el ‘aquel’ por quien sentimos un cariño especial y preferimos ser cómplices que generarnos un conflicto de intereses.

 

Para mí no se trata de una confrontación de géneros, simplemente, propongo que nos unamos en nuestro género... Mujeres y hombres somos parte integrante de la sociedad en la que vivimos, y formamos, desde nuestra unicidad, una diversidad plena que puede y debe coexistir con el respeto como su principal elemento.

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