Hoy llevé a mi adolescente a formarse para su examen de admisión al bachillerato.
La fila era larguísima. Pero lo que más me llamó la atención fue esto:
había más adultos que adolescentes formados.
Mamás, papás… muchos. Casi uno por cada joven.
Y eso me hizo detenerme.
Me sacudió más de lo que imaginé.
Estamos pidiendo que sean responsables, que tomen decisiones, que sean maduros…
pero no les permitimos caminar solos ni siquiera una fila.
¿Dónde queda su autonomía? ¿Su confianza? ¿Su voz?
No hablo desde el juicio.
Yo también estoy en ese proceso de aprender a acompañar sin invadir.
De respirar hondo cuando quiero resolverles la vida…
y en lugar de eso, confiar.
Porque si no dejamos que nuestros hijos se enfrenten a lo simple…
¿cómo les vamos a exigir que enfrenten lo complejo?
Esta mañana me pregunté, muy fuerte:
¿Qué estamos sembrando?
¿Adolescentes con alas… o jóvenes sobreprotegidos que no podrán avanzar sin que les carguemos la mochila?
Y, sobre todo:
¿a qué costo?
Tal vez el precio de no dejarlos crecer
no se mide en dinero ni en calificaciones.
Se mide en inseguridad.
En esa voz interna que duda cada paso.
En la ansiedad de no saber decidir sin permiso.
En jóvenes que saben resolver ecuaciones…
pero no saben resolver su vida.
Ese es el costo invisible.
El que no se ve en la fila del examen,
pero se carga en la mochila de la adultez.
¿Tú también lo has sentido así?
¿Te cuesta soltar, aunque sepas que es lo correcto?
Comentario
Uff, Betty , qué importante lo que compartes. Hace ya 38 años que empecé este camino como madre, y puedo decir con la mano en el corazón que criar a un hijo independiente y responsable es una decisión de todos los días.
Hoy miro atrás y veo que el mayor regalo que le di a mi hijo fue confiar. No intervenir, no anticiparme, no decidir por él. Darle la responsabilidad de sus decisiones. Solo observar, estar disponible, y hacerme a un lado cuando tocaba. Porque si no los dejamos equivocarse, frustrarse o incluso aburrirse, ¿cuándo van a aprender a sostenerse solos?
Hoy mi hijo esta en un puesto directivo y siempre me comenta sobre los chicos que salen al mundo real y se dan de cabeza contra la realidad... no por falta de capacidades, sino porque nunca les terminamos de soltar la mano....
Acompañar sin invadir es un arte, y creo que todas las madres lo aprendemos a base de ensayo y error (¡y de respirar hondo muchas veces!).
Gracias por ponerle palabras a algo tan esencial y tan poco hablado. Ojalá cada vez más madres y padres nos atrevamos a criar con mirada a largo plazo, sembrando autonomía aunque nos duela un poco en el corto. Porque de eso va el amor también, ¿no? De dejarlos ser.
Uff. Qué fuerte esto que cuentas Betty.
A muchas mujeres de nuestra comunidad esto les debe resonar.
Saludos.
MC
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