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Nadie nos lo dijo así, pero lo aprendimos pronto: Que teníamos que ser brillantes en el trabajo, impecables en casa, siempre disponibles para los demás y, de paso, sonreír sin mostrar cansancio.
Y así fuimos llenando agendas, tachando pendientes y acumulando silencios… Mientras la presión por ser “la mujer perfecta” nos iba robando algo que no aparece en ningún currículum: la calma, la autenticidad y la capacidad de escucharnos a nosotras mismas.
El costo invisible no siempre se nota de inmediato. Se esconde en el insomnio que normalizamos.
En las lágrimas que no dejamos salir.
En la risa que suena hueca después de un día “exitoso”.
Hoy quiero recordarte algo que quizá nadie te ha dicho con claridad: No naciste para cumplir con todos los estándares que alguien más inventó.
Naciste para vivir tu versión más real, no la más perfecta.
El liderazgo femenino empieza ahí: En poner límites sin sentir culpa.
En priorizar tu salud sin pedir permiso.
En permitirte ser humana, y no una máquina de logros.
Porque ser tú misma no es una falta… Es un acto de liderazgo.
💬 Cuéntame, ¿qué parte de esa “mujer perfecta” estás lista para dejar atrás?
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