Te escribí tanto antes de tu partida… Pero, seguramente por cobardía, lo hice en un espacio que, aunque público, estaba segura que tú no lo leerías. Porque no quería sumarle dolores a tus años, ni tristezas anticipadas a todas esas tardes llenas de nostalgia. Pero tenía qué escribir, tenía qué sacar de mis venas lo que sentía, para que el dolor no se apropiara de mis sonrisas, para que el desánimo no reinara por abajo y por encima de mis sábanas. Como lo hice ayer, hace tantos años… como lo hago hoy, que no encuentro ventana, puerta, pared o piso suficiente para derramar mi llanto.
Tu cuerpo exhaló su último suspiro una mañana alegre del mes de abril. Sí, alegre: a través de la ventana se escuchaba el canto de los pájaros, y se perfilaba un azul clarísimo en el cielo… aunque para mí no fuera suficiente la explosión de vida que la Naturaleza regalaba a mi vista, en estricto honor a la verdad hay qué decir que te fuiste despedido por los ecos y colores de primavera.
Y desde aquella mañana, por mucho que haga todo lo que hago, por mucho que crea en todo lo que creo, esta sensación de soledad que me acompaña noche y día me seca la garganta, me ahoga en mis propias lágrimas… Y cada noche, sin falta, recurro a algún recuerdo que me abrace, que me llene de aliento, o quizá tan sólo de un poco de fuerza para amanecer un día más, para levantar nuevamente la cabeza y decir, cuando salude, un buenos días desde la panza, de esos que parece que quieren arrancarle una sonrisa a la vida…
Hoy te escribo, otra vez, para decirte que hoy me han dado ganas de salir corriendo sin rumbo fijo, como si con eso no sólo olvidara que me dueles, sino que también con mi huida se enderezara lo que está chueco y caminara lo que se ha detenido. Pero nada de eso sucederá, y tampoco saldré corriendo, han sido sólo las ganas… que se traducen en estas letras, en este (¿vano?) intento de exorcizar fantasmas, esos que sólo habitan en mi memoria.
No sé si contigo se fue la última persona que se emocionaba hasta las lágrimas con mis palabras, ni tampoco si tu partida marcó el final de la existencia no sólo de mi padre, sino también de la persona que tenía fe, absoluta y amorosa, en la persona que soy, y que sigue construyéndose cada día; lo que sí sé, es que me haces falta, no sólo para ayudarme a levantar de donde sea que esté detenida, sino también para recordarme que esta vida se vive con coraje, se conquista con amor, y se lucha por ella, segundo a segundo, con una sonrisa en el corazón…
Te quiero, siempre…
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