La cita fue a las 4 de la tarde, llegue puntual, busque un lugar para estacionarme cerca del zaguán recién pintado de gris, aún se percibía el olor a pintura; como pude me estacione lo más cerca posible, estaba malhumorada por el sofocante calor que sentía dentro del auto, tenía  la cara roja, y  sudaba copiosamente, abrí la puerta e inmediatamente sentí el aire fresco en el rostro que seco el sudor que resbalaba por mi frente,  baje, me quede parada  para refrescarme un poco, el aire olía a limpio a pesar de que en la calle se veía la graba que se había desbordado  de la banqueta en donde estaba acumulada, al acercarme a la casa, un fuerte viento levanto la tierra,  sentí que se introdujo en mi nariz casi hasta la garganta, esto me hizo estornudar varias veces, parecía que las vellosidades de mis fosas nasales estuvieran vueltas locas y lucharan incansablemente contra aquel ataque de polvo,

Camine sobre la grava suelta que el viento había empujado sobre la calle, casi podía sentir las piedrecitas en la planta de mis pies, toque la puerta con mis llaves que al chocar contra la lámina producían un estruendoso ruido, al abrirse la puerta un aroma a pozole recién hecho desplazo la molestia de aquella  guerra que se había liberado minutos antes dentro de mi nariz,

Era un agradable olor a maíz cocido, mezclado con carne y sazonado con esa receta de mi difunta tía, me senté a descansar un rato en una de las sillas que estaban cubiertas con protectores blancos y lindos moños rosas que colgaban de la parte trasera , parecía que las abrazaban, estaban cuidadosamente puestas alrededor de la mesa, si te detenías a verlas, parecían lindas niñas rodeando a su elegante madre, una gran mesa  vestida con largo mantel blanco,  en el centro unas flores adornaban el paisaje, respire hondo el olor había traído a mi mente esas tardes de fiesta en casa de mi tía; cuando la familia se reunía y todos llegábamos contentos vestidos con nuestras mejores galas, la casa de dos pisos tenía un amplio patio, ahí todos nos acomodábamos sentados alrededor del patio, ponían una mesa al centro, ahí se colocaban trastos con cebolla, aguacate, rábanos, lechuga, todos picados finamente,  hacían su aparición bolsas de tostadas, y esa olorosa especie llamada orégano, al rincón se veía una gran olla de aluminio que emitía vapor con un delicioso olor a pozole, montada sobre un brasero del que salían llamas de un color entre azul y rojo, parecían danzar en torno a de ella, uno de mis primos, de vez en cuando abatía con energía un “soplador” (algo así como un abanico, pero hecho de palma) para no permitir que el fuego proveniente del carbón se apagara, ya todos reunidos tomábamos los platos de barro en forma de tazón  con el pozole humeante que iba sirviendo mi tía y una de sus hijas, buscábamos en la mesa las cucharas y nos amontonábamos para prepararlo con todo aquello que encontrábamos en la mesa, untábamos en las tostadas esa deliciosa crema, de un sabor a leche espesa que nos encantaba.

 Mientras nos deleitábamos con la comida , se escuchaba levemente ese ruido que hace el destapador al abrir las frías cervezas que repartían junto con los vasos burbujeantes por el refresco de cola, se entremezclaba con la música de fondo que provenía de un equipo de sonido contratado para el baile que más tarde se llevaría a cabo, también preparaban agua de Jamaica para quien no quisiera ninguna de las otras bebidas; durante la comida platicábamos de las novedades, de los chismes de la familia, nuestras madres se quejaban de sus hijos, los padres hacían del rincón junto a la puerta su lugar favorito para hablar de cosas de hombres, eso decían, Y luego después de que termináramos ese rico manjar, venia lo mejor, el baile,  los olores de los perfumes se mezclaban en un ambiente de comida, risas, alcohol, y  cigarro.

Cerré los ojos mientras recordaba, entonces ; me pareció escuchar el mariachi retumbando por toda la casa, las voces de mi madre y mis tías cantando al unísono esa música que les apasionaba, tararee la canción “sin fortuna” esa que siempre cantaban, ….Yo nací sin fortuna y sin nada… tara .tara, ra ra ra..” era como si pudiera escucharlas; Los niños corrían y jugaban por los alrededores, parejas tratando de esconderse de miradas indiscretas, bailando al compás de “caminos de Guanajuato”  el sudor, el alcohol y el cigarro se combinaban emitiendo cierto olor parecido al tabaco, que me parecía agradable, y que al parecer se me quedo grabado en la mente, perdí la noción del tiempo en esos viejos recuerdos, hasta que la voz de mi prima me saco de mi hipnosis, “ayúdame” me dijo, “ya descansaste bastante” empezamos a colocar otras mesas, mas sillas, yo estaba feliz prediciendo el ambiente que se formaría en un par de horas.

Parecía que todo iba a ser igual a las fiestas que hacía años se llevaban a cabo, al pensarlo una lagrima rodo por mi mejilla, todo estaba preparado, todo parecía repetirse, pero… si, había un pero, mis padres y mis tíos ya no podrían verlo, ya no estarían a nuestro lado, ya no se escucharían, ni sus voces, ni sus risas, mucho menos sus cantos pues los cuatro, hacia años habían muerto.  

 

TAVATA

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