La violencia de género parece que sólo es “identificable” cuando hay agresión física y en ocasiones hasta se pone en duda ese criterio.
Cuando una persona es tratada con vejación, humillada, se difama sobre su vida, es señalada de inferior, es perseguida, se pone en duda su palabra por el mero hecho de ser mujer, se hace mención en público de sus intimidades, y un sucesivo largo etcétera, eso también es violencia de género.
Queda mucho por avanzar en materia de Igualdad, casi por no decir que se está retrocediendo. El caso es que cuando a un hombre se le señala de haber abusado de una mujer, de haber mantenido relaciones sexuales con una mujer sin que ésta lo deseara y por ello fue forzada, ese hombre siempre tendrá el “derecho” de la duda ante lo ocurrido, tal acto será comprendido como un altercado sin más importancia que la de una discusión de pareja, y ese hombre será igual de aceptado en su entorno social, incluso más “respetado” porque ejerció su derecho como hombre. En cambio la mujer asume un patrón muy diferente. Ella será “señalizada” como la provocadora, alguien que sacó de contexto una situación e hizo de tal altercado un caso exagerado de abuso cuando lo único que ocurrió fue un encuentro sexual sin tener la mayor importancia.
La violencia de género al día de hoy sigue perjudicando y llevando más vidas de mujeres. Por supuesto que nadie está quitando razón ni mención a la violencia que también sufren los hombres, y esas estadísticas que existen pero que por lo visto están a buen recaudo. Pues se debe tratar de un exquisito método de ocultación cuando al día de hoy esas estadísticas por lo visto no salen a la luz o quedan manipuladas.
El caso es que la realidad nos muestra algo diferente. La realidad muestra casos de violencia hacia la mujer, la venta de su cuerpo, las violaciones dentro del seno familiar, el abuso de poder ejercido sobre mujeres y niñas, y de nuevo un largo etcétera.
Pero claro, para el sistema patriarcal todo esto es fruto de mentes femeninas que odian a los hombres, o lo que ellos denominan “feminazis”.
Con el paso del tiempo y en vista de ese retroceso que parece haber implantado su verdad absoluta en la sociedad actual, muchas mujeres han decidido o más bien no han tenido otra opción que seguir con sus vidas en silencio, es decir, haciendo invisible su secuela de golpes, viviendo con el remordimiento de creer que ellas mismas tuvieron la culpa o provocaron esa situación. Muchas mujeres siguen siendo acosadas de manera indirecta por esas parejas o exparejas que un día formaron parte de sus vidas pero al día de hoy prosiguen y dedican su tiempo a que no puedan sentirse seguras ni de sí mismas ni de su entorno.
Muy pocos entenderéis lo duro que puede resultar ser el despertarse cada día pensando que puede ser tu último día, no saber si tus fuerzas van a responder si en algún momento te tienes que defender, o no entender por qué cuando todavía están cicatrizando algunas heridas de la piel, alguien sigue marcando heridas en tu corazón.
La violencia de género no es sólo esa herida física. Es ese abismo de inseguridad que se genera en la persona de quien la ha padecido o la sigue sufriendo. Si sólo tenemos una única oportunidad de vivir, esa oportunidad debería ser equitativa en ambos géneros.
Si una mujer dice “basta, mi vida no te pertenece” deberá entenderse que ella es libre al igual que quien quiere someterla a su antojo y prisión.
Todos los seres humanos nacemos en igualdad de condiciones, por lo tanto no es nada justo que cuando se “verifica” ser mujer esa condición quede en desventaja.
No es necesario mantener una lucha constante y desastrosa de mujeres contra hombres para defender su derecho a Igualdad, lo único necesario es recuperar la cordura de pensar como personas y actuar como humanos.
No es justo morir a manos de quien decía amarte, o morir en vida porque quien dice amarte te considera de su propiedad. No es justo que la vida pase entre miedos y ausencia de justicia, en lugar de suceder entre espacios de felicidad y plenitud de libertad.
Para muchos todo esto parecerá una apología hacia la mujer y su victimización frente al hombre, cada cual que lo interprete como crea oportuno, pero como mujer considero que no hay mayor dolor que el de atravesar la vida para alcanzar el propio derecho de ser considerado parte del género humano.
Las mujeres serán señaladas como fulanas que se dejan arrastrar por el victimismo y así cada vez que no interesa aceptar el sexo como consentido lo señalan de violación, mientras que los hombres mantendrán el mismo poder tanto si mantienen sexo de mutuo acuerdo como si ejercen su “autoridad” sobre una mujer que dice “no”.
Y aún en el caso de no existir situación de agresión sexual, queda la parte en la que esas mujeres viven con el infinito miedo de saberse observadas por un ser superior.
La sociedad al completo, hombres, mujeres, poder ejecutivo y eclesiástico, etc., condenan en actos conmemorativos a las víctimas de violencia de género, pero antes de llegar a tal hecho, qué actos no conmemorativos ha realizado esa sociedad? Ninguno, o sí, alguno habrá. Por ejemplo, seguir manteniendo la férrea idea de que el hombre nació libre y la mujer es la que lucha por esa libertad propia.
El derecho de nacer en igualdad de condiciones es arrebatado a la hora de identificar el sexo, salvo que seas capaz de cumplir la voluntad de quien genera tales inseguridades. Pero algo puede estar cambiando, algo tan desapercibido y minúsculo que pocos se percatan de ello. Está surgiendo un “efecto” por llamarlo de alguna manera, donde aquellas personas que han permanecido invisibles aprenden a trasformar esa inseguridad en voluntad, y si hay algo más fuerte que los golpes es la fuerza que impulsa a un ser humano a superar cada miedo.
Cuando esto sucede, la víctima deja de ser víctima y mantiene su condición de persona…y de mujer.
Laura Díaz
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