Muchos obsequios inolvidables he recibido a lo largo de mi vida. Y no hablo de regalos materiales, tangibles. Me refiero a vivencias que llegaron a mis manos, dejando huella.
Siendo una chiquilla –tal vez siete años- quise hacer un vestido especial para una muñeca especial. Probé con mi mamá varias ideas, pero no me satisfacían. Y fue cuando me ingresó al mundo del tejido. Supongo que ese vestido fue más hechura de ella que mía, pero fue un logro y esa enseñanza me hizo saber que con conocimiento, empeño, dedicación, imaginación se pueden crear todo tipo de cosas satisfactorias y hermosas. Y también, a lo largo de los años, el tejer me dio momentos de terapia tranquilizante y reparadora. Mi madre me dio un obsequio inolvidable.
Años más tarde, yo tendría trece, viví otra experiencia. El negocio de mi padre era una imprenta. Un día llegó a la casa con muchos papeles angostos y largos, a los que llamaba galeras. Estaban llenas de la impresión de lo que el linotipista había copiado y había que cotejarlas con el original y hacer la correcciones. Esto lo hacía en la imprenta una persona, que era el corrector de oficio, pero en esa ocasión estaba enfermo y había que hacerlo, así que pidió ayuda a mi madre. Ella tenía que leer en voz alta, haciendo hincapié en palabras, comas, puntos, acentos, paréntesis, etc., en fin aquí la ortografía era vital.
Me llamó mucho la atención y al día siguiente pedí suplir a mi mamá; fui aceptada y aprobada. Esto se prolongó , pues la enfermedad del corrector terminó en operación, así es que también aprendí los signos tal como se marcaban las correcciones y terminé siendo la correctora, en casa, si no de oficio sí de beneficio, ya que esta enseñanza me trajo, lo que siempre he llamado, mi amor por la palabra. Mi padre me dio un obsequio inolvidable.
Unos añitos más adelante, mi suegro me regaló, en distintos momentos, varios libros:
--Los libros naturistas del Dr. Vander. Por ellos supe que mi inclinación por la comida -basada más en frutas y verduras- me hacía ser vegetariana, lo que me tranquilizó pues me creía anormal por mis preferencias.
--El libro de Manuel Lezaeta Acharán: “La Medicina Natural al Alcance de Todos”, se convirtió en mi libro de cabecera; lo sigue siendo.
--El libro: “Los Cuentos de la Alhambra”, de Washington Irving. Me enamoré de los cuentos. Me enamoré de La Alhambra. Me interesó vivamente esa influencia morisca en la historia de España.
Mi suegro me dio obsequios inolvidables.
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