Recuerdo perfecto la primera vez que me pasó, tenía yo aproximadamente 11 años y venía de regreso del colegio hacia mi casa, cuando de la nada sentí una mano que apretaba mi nalga derecha mientras una voz desconocida, grave y con un tono asqueroso me decía “qué rica estás chiquitita!” en lo que alcancé a voltear, el tipejo se alejaba en su bicicleta mientras yo me quedaba ahí, en la banqueta a media cuadra de mi casa, paralizada por el miedo. Lo estoy escribiendo y no puedo evitar las ganas de llorar aunque han pasado 25 años de ese día. Corrí dejando ahí mi mochila y entré a casa diciéndoles a mi mamá y a mi papá lo que había ocurrido. Mi papá y mis hermanos salieron corriendo a buscar al abusador que me había lastimado pero obviamente no dieron con él. Obviamente no lo encontraron y yo me quedé llorando cobijada por los brazos de mi mamá que trataba de detener mi temblorina mientras yo le preguntaba que porqué yo, qué era lo que había yo hecho para que ese tipo me lastimara así. Mi papá me dijo que no permitiera nunca más que el miedo me paralizara, que si me volvía a pasar, que gritara lo más fuerte que pudiera para que alguien me ayudara y que de preferencia, le soltara una patada o un golpe al agresor. Y si…no fue la única vez…
Durante varios años me ha tocado todo un despliegue de acoso callejero: desde el típico (sic) “mamacita”, pasando por los “arrimones” (sic) en el transporte público (que si bien no lo uso muy seguido, es un lugar sumamente inseguro para nosotras las mujeres) y por supuesto, los agarrones de nalga por parte de esos tipos enfermos y abusadores. Claro, ahora a mis treinta y tantos no me quedo paralizada, hace unos meses, por el centro histórico, un tipo pasó y me dio una nalgada, yo reaccioné y le pegué con mi bolsa y lo hice perder el equilibrio de la bicicleta, se cayó y se abrió la ceja, empezando a sangrar de manera impresionante. Inmediatamente la gente se juntó en la calle y me acusaban de haberlo lesionado. Yo les decía que él había abusado de mi y no faltó quien con una carcajada dijo: “no sea exagerada seño, sólo fue una nalgada”. Si no supiera yo que el acoso callejero es una forma de violencia de género al que nosotras las mujeres nos enfrentamos día con día, les hubiera creído que había sido mi culpa o bien, que “hasta debería sentirse halagada, quiere decir que está bien buena” como dijo un tipo que me imagino, también acostumbra a repartir nalgadas por la calle.
Según la Ley de Acceso a las Mujeres a una Vida libre de Violencia establece que la violencia sexual es cualquier acto que degrada o daña el cuerpo y/o la sexualidad de la Víctima y que por tanto atenta contra su libertad, dignidad e integridad física. Es una expresión de abuso de poder que implica la supremacía masculina sobre la mujer, al denigrarla y concebirla como objeto, y define como violencia social aquellos actos individuales o colectivos que transgreden derechos fundamentales de las mujeres en el ámbito público y propician su denigración, discriminación, marginación o exclusión…incluso hubo en San Luis Potosí un diputado del partido Conciencia Popular que se atrevió a decir en el 2010, que “una nalgada no era comparable con el abuso sexual, ya que no había la intención de violar a la mujer”…recuerdo que varias asociaciones lanzamos boletines y presionamos al congreso y el diputado tuvo que pedir una disculpa.
El acoso sexual callejero, si bien no es el nombre legal para esta práctica desgraciadamente pareciera que está generalizada en todo el mundo, no sé si en algún momento se ha pensado que las mujeres nos volvemos públicas en el momento de salir de casa y existen hombres que se sienten con el derecho de trasgredir nuestros cuerpos y nuestra dignidad. Pero no, esto es un delito, que si bien no estamos acostumbradas a denunciar y las policías aún no son lo eficientes en estos casos, poco a poco se ha ido cambiando la perspectiva ante estos hechos. Hay gobiernos, como el del Distrito Federal, que han implementado medidas para proteger a las mujeres como los llamados “vagones rosas” en el transporte público, pero el hecho va más allá. Mientras no se tenga claro que esto no es un “inocente piropo” si no que son palabras y hechos que nos ponen en riesgo, lesionan nuestra libertad, nuestra seguridad, nuestra integridad y nuestro desarrollo psicosexual.
No me resigno a vivir en una sociedad donde algunos hombres se sientan con la libertad de lastimarnos, cada vez somos más las mujeres que alzamos nuestra voz y que nos agrupamos para defender nuestro derecho a caminar en las calles sin miedo, sin que nos hagan sentir culpables, sin que nos vean como unos cuerpos que puedan tocar. Nos han enseñado a guardar silencio, pero eso tiene que cambiar. No debemos de tolerar el acoso en ningún lado y por supuesto, no lo vamos a tolerar en las calles. No estamos solas.
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