Hace casi dos años, en diciembre del 2012, venía yo en la mañana caminando de la pensión donde dejo mi arelamóvil a la oficina, cuando me encontré con una ex compañera de trabajo a la cual tenía yo sin ver aproximadamente 3 años. Al verme y reconocerme me dijo: -“¡muchas felicidades!, me emocioné muchísimo cuando supe que habías sido elegida como consejera del INMUJERES y todo lo que has estado haciendo. Felicidades por todos tus logros, ahora ¿imagínate qué no lograrías si fueras bonita?”- así nomás lo soltó…estoy segura que sin intención más allá de decir lo que pensaba, pero para mí, esas palabras me partieron como un rayo.
Nunca, nunca en mi vida me he creído una mujer bonita, vamos, siempre, desde morrilla, he sido “chistosita”, creo que la única que me decía que era bonita, era mi mamá…pero obvio, era mi mamá, ya si ella no me veía bonita si estaría yo muy jodida. Tengo dos hermanos, que adoro, pero he de decir que abonaron muchísimo a toda mi inseguridad física. Ellos decían que yo no era su hermana, que había sido recogida de un basurero y que mi papá y mi mamá por lástima, me habían llevado a vivir a casa con ellos. Yo sé que eso es parte del típico buleo entre hermanos y hermanas, pero he de admitir que a mí, en lo personal, si me hizo mucho daño.
Fui creciendo y pues no, nunca me pude parecer a mi Barbie, yo era más bien una niña morenita, chaparrita de piernas cortitas, gordita, de cabello café color bambie, con ojos color miel, chatita y pa´acabarla, con unos bigotes y una cejas que ahora sé que me harían parecerme más a Frida Kahlo. La primera vez que me puse a dieta, tenía y 11 años…ahora lo pienso y no entiendo qué fue lo que me pudo llevar a no tener una alimentación sana y si a saltarme comidas, esconder la comida y mentir sobre mis hábitos alimenticios cuando yo era una niña. Bueno, tengo una tía, que aunque la quiero mucho, siempre, siempre SIEMPRE que me ve, en vez de preguntar ¿cómo estás?, te analiza con el ojo clínico de báscula que tiene y su frase es “ya volviste a engordar” o “muy bien, ahí la llevas con la dieta”. Bueno, creo que ella y su frase de que nadie me iba a querer por ser gorda, fueron determinantes para comenzar ese infierno de dietas y autorrepresión a mis 11 años.
De ahí en adelante, toda mi vida se convirtió en subir y bajar de peso constante, la etapa más grave que tuve fue cuando entré a la universidad y descubrí lo que era poder comer sin engordar y si…me convertí en bulímica. Ahí, a mis 20 años, estaba yo en lo más flaca que he podido estar en mi vida, con el estómago desecho, el esófago quemado, los 20 minutos calculados para poder correr a vomitar antes de que las calorías se pegaran a mis caderas y con un novio guapísimo pero alcohólico que siempre decía que me hacía el favor de estar conmigo porque yo no era más que una gorda fea. Nunca me sentí más infeliz en toda mi vida….pero tenía una muy aplaudida talla 7. Es increíble como absolutamente nadie, ni mi familia ni mis amigos y amigas se daban cuenta del infierno que estaba yo atravesando, me veía guapísima y eso era lo único que alcanzaban a ver.
Justo en ese triunfo sobre mí misma, pasaron dos tragedias familiares que me hicieron abandonar todo esfuerzo y volví a engordar. Al tratar de adelgazar nuevamente, algo no funcionaba, ni el dejar de comer, ni el vomitar…así que comencé a hacer ejercicio. Yo, que siempre había dicho que prefería morir de hambre (irónica ante todo) que sudar una gota en un gimnasio, empecé a hacer dos o tres horas de ejercicio diario y nada, seguía engordando. Así que no me quedó otra que ir con una nutrióloga, quien pacientemente, me salvó la vida. Hoy sé que si no hubiera sido por ella yo nunca hubiera salido de ese círculo de la muerte y no sé donde estaría yo el día de hoy. Ella fue extremadamente dura conmigo, ella, sobreviviente de cáncer no entendía porque yo luchaba tanto conmigo misma y comenzó un plan integral para cuidarme. Lo primero que hizo fue enviarme con una endocrinóloga para revisar mi tiroides y si…efectivamente, mi tiroides sufrió un daño irreversible por lo cual, al día de hoy, tengo que tomar medicina diariamente y hacerme análisis cada dos meses, pero también, me envió con un psicólogo maravilloso que en la primera cita me dijo: “eres de esas pacientes que sabe perfectamente lo que les pasa, pero que son tan inteligentes, que siempre han de encontrar la manera de autosabotearse”…dejó de ser mi psicólogo y ahora somos amigos que toman café cada que nos apetece.
Durante el 2011 y 2012 volví a descuidarme, dejé de tomar la medicina, dejé de alimentarme bien, dejé de hacer ejercicio…en resumen: dejé de quererme, el resultado fue el aumentar 40 kilos en menos de 3 meses, mi tiroides enloqueció y no hubo como dar marcha atrás. Volví a hacer un alto en mi vida y regresé, ya saben, como perrito regañado a ver a mi endocrinóloga, quien sin reproches sólo me dio la sentencia de que teníamos que esperar, que con el tiempo, mi tiroides cediera y me dejara adelgazar nuevamente. Yo comencé a hacer ejercicio y a cambiar mi alimentación pero ni así podía adelgazar. Tuve un proceso de trabajo donde al llegar a revisión médica, la doctora me pidió que me subiera en la báscula y ahí estaba la realidad…en agosto del 2012 pesaba yo más de 100 kilos. Las lágrimas se me rodaron por mis cachetotes (jaja) y la doctora me dijo “¿sabes qué es lo raro? Que yo veo tus análisis y en ningún momento podría yo pensar que este es tu peso. No tienes absolutamente nada de colesterol, nada de azúcar, tu ritmo cardiaco está bien, tus radiografías están perfectas…eres de esos casos que le dan al traste a toda la obsesión que tenemos por relacionar el peso y masa corporal con la salud de la personas”.
Y ahí entendí todo, esto del peso ha sido satanizado. Si así de fuerte. Te hacen creer que no eres nada si eres gordo o gorda. Que eres una persona descuidada porque tu báscula marca tal o cual número. Finalmente, en febrero del 2013 mi tiroides me dio una tregua y comencé una dieta y he bajado casi cuarenta kilos, de los cuales, subo y bajo 5 y lo mejor de todo, es que no me importa. He decidido comer sano y darme el gusto de comer porquerías cuando yo quiera, asumiendo las consecuencias de hacerlo. Aprendí a hacer ejercicio, no por gusto, porque de verdad no me gusta, si no que lo veo como una herramienta para no volverme loca con tanto trabajo y estrés. Aprendí a durante esa hora o dos horas de ejercicio, no pensar en nada más que en los movimientos de mi cuerpo y en sobrevivir sin expulsar los pulmones cuando de plano siento que no puedo más.
Pero lo más importante no ha sido eso, lo más importante es que decidí dejar de pelearme con mi cuerpo, decidí aceptar que así soy, que debo dejar de desear ser parte de los estereotipos de belleza que nos venden actualmente. Finalmente son eso: estereotipos. Ahora sé que no, que no soy una mujer bonita en el estereotipo comercial patriarcal occidental…pero que soy yo, soy la ÚNICA que va a estar conmigo hasta que me muera y que o me quiero o que qué chinga aguantar ser mi peor enemiga…aprendí a enamorarme de mí misma.
Feminista como soy, asumí la incongruencia que implicaba nombrarme feminista y odiar mi cuerpo…así que me he dedicado a hacer lo que más me gusta hacer, estudiar y desmenuzar los estereotipos de la belleza desde la teoría feminista y de género. Me he encontrado con aliadas maravillosas como el grupo de “stop gordofobia” y muchas más, donde por lo menos para mí, se me ha hecho ya común encontrar mujeres representadas en la diversidad de cuerpos que somos y la maravilla de entender que hay otro tipo de belleza que de niñas no nos han enseñado. Decía un texto de Gail Dines que “si el día de mañana las mujeres se despertaran convencidas de que les gusta su cuerpo ¡te imaginas todas las empresas que quebrarían?” y mi querida Beatriz Gimeno me iluminó el camino con esta máxima en mi vida: “una mujer que no se gusta a sí misma, no puede ser libre y el sistema se ha encargado de que las mujeres no lleguen a gustarse nunca”. Definitivamente, lo que más me gusta del feminismo es que implica la libertad de decidir, decido si me depilo o no, decido si engordo o no, decido por mí, no por lo que esperan de mí.
Me sigo obligando a ser disciplinada en la medicina, la comida y el ejercicio, pero también, ya no corro a vomitar algo ni a quererme menos por lo que como o dejo de comer. He aprendido que no está mal ser bonita, lo que nos jode es la patriarcal obligación de serlo. A unos días de mi cumpleaños, estoy feliz de celebrar mi vida, de celebrar mi cuerpo, mi empoderamiento, de ser esta mujer, ser esta toda yo, como nunca antes, tan mía.
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