Para quienes tienen nostalgia por las dictaduras o añoranza de poderlas consolidar, les tengo una noticia: el siglo pasado nos ha dejado claros ejemplos de cómo construir dictaduras y sus efectos en la sociedad en general y en las mujeres en particular.

De las muchas opciones existentes, me concentro en dos que parecen ser inspiración de más de un líder contemporáneo en el mundo: Stalin y Hitler.

Considerando las diferencias entre cada uno de ellos y los regímenes que consolidaron, podría decirse que tienen en común, por lo menos, cinco características que cualquier gobernante con aspiraciones autoritarias puede llevar a cabo:

  1. El “enemigo común”. Ambos construyeron y movilizaron a la población contra un enemigo común. Stalin  promovió la idea de “enemigos del pueblo” para justificar las purgas, represión política  y eliminación de cualquier voz disidente. Parece que su legado lo ha encarnado Putin bastante bien en la actualidad haciendo de los enemigos del pueblo “el crimen y la corrupción”.   Hitler les llamó “enemigos del Estado” y con ello justificó su política antisemita y anti cualquier persona o grupo que consideraba inferior a la “raza aria”, como los romaníes o gitanos y posteriormente cualquier disidente.   En ambos casos, el enemigo común fue la justificación de las medidas tomadas, de la represión y el genocidio.
  2. Propaganda y control de los medios. Para los dictadores controlar la narrativa de los hechos es uno de los pilares de su poder. Es el medio que utilizan para glorificarse a sí mismos  y presentarse como seres mesiánicos, manipular la opinión pública y asegurar la lealtad y la desinformación.  Hitler se apoyó en el Ministerio de Propaganda, cuyo nombre real era Ministerio Imperial para la Ilustración Popular y Propaganda, y quien tuvo su titularidad fue  Joseph Goebbels Este ministerio era el encargado de difundir el nacionalsocialismo y construir la comunicación del Reich.   Stalin se apoyó en el aparato estatal para promover el culto a su  personalidad, difundir  la línea ideológica  del Partido Comunista y silenciar cualquier voz crítica. El Glavit fue la instancia encargada de la censura en los medios.
  3. Desaparición y eliminación de la disidencia. En ambos regímenes la desaparición, represión, prisión y eliminación de la oposición fueron una constante. Hitler empleó a la SS y la Gestapo para perseguir, encarcelar y asesinar a sus opositores y estableció una política de terror para disuadir a la disidencia. Las Purgas estalinistas dan cuenta de millones de desapariciones y a lo largo de su gobierno miles de personas fueron obligadas a migrar, a trabajos forzosos y desaparecieron.
  4. Manipulación del sistema legal y político. Para los dictadores controlar el sistema legislativo y construir constituciones y leyes  “a modo” son parte de su estrategia. El objetivo es eliminar cualquier límite al poder ejecutivo y eliminar la independencia judicial para actuar sin restricción legal alguna. La Ley de Habilitación de Hitler de 1933 le dio poderes para promulgar leyes sin la interferencia del presidente o del parlamento. Stalin se encargó de que la justicia funcionara a su favor. El caso inicial fueron los Procesos de Moscú, el punto de partida para ejecutar a sus “enemigos” bolcheviques y también se llevaron a cabo juicios militares secretos para acabar con los cuadros principales del Ejército Rojo.  Los contrapesos en el poder no son parte de su filosofía y encuentran en la independencia del poder judicial un enemigo más que hay que erradicar y “vencer”.
  5. Las mujeres como elementos funcionales del sistema. Otro rasgo común entre los dictadores es el rol que le asignan a las mujeres. ¿Derechos de las mujeres? Ni siquiera son un tema a considerar. Stalin las empujó a la fuerza laboral, pero jamás consideró sus derechos. Considerarlos era una concesión burguesa y capitalista que el  régimen no podía permitir. Primero la Revolución y después todo lo demás. Un excelente testimonio de esto lo hace Svetlana Alexievich en su libro La guerra no tiene rostro de mujer. Se esperaba de las mujeres el rol tradicional de madres y cuidadoras. Para Hitler, las mujeres debían cumplir el rol tradicional de esposas y madres de la “raza aria”. No había espacio para nada más.  En ambos casos hubo mujeres destacadas  en el ejército: Lyudmila Pavlichenko la mejor francotiradora rusa o Hanna Reitsch, aviadora nazi. Fueron funcionales al sistema, pero no tuvieron otra función. Podría mencionarse, sin lugar a duda, a Aleksandra Kolontai, quien estuvo verdaderamente comprometida con la emancipación de las mujeres y sus derechos y no fue exterminada por Stalin, pero sí puede decirse que le fue de gran utilidad su presencia a nivel internacional para  presentar un rostro “amable” de la Unión Soviética.

Vemos añoranza por este tipo de  gobernanza en muchas latitudes. Ejemplos sobran: Alo Presidente en Venezuela es una muestra del culto a la personalidad y el uso de los medios de comunicación para la propaganda al servicio de Hugo Chávez. Desde esa tribuna criticaba a la oposición, a los medios no afines, a sus enemigos, justificaba sus decisiones y políticas y se convirtió en una herramienta de poder.

En América Latina sobran aspirantes a dictadores o dictadores tratando de modificar los sistemas que les eligieron democráticamente a su gusto y conveniencia.

En resumen. A los dictadores no les gusta dialogar, rendir cuentas, tener contrapesos a su poder, consideran que su autoridad moral está por encima de la ley, ven enemigos en todas partes y utilizan esta paranoia para justificar sus decisiones. Finalmente, consideran a las mujeres como objetos manipulables  y sin derechos, seres molestos para sus proyectos y como botín político que puede ser usado  cuando sea necesario.

Si conocen a alguien con estas características, compártanle este breve manual. Les puede ser de utilidad.

Pulbicado originalmente en Animal Político el 13 de marzo de 2024.

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