Cuatro pasos para perder un matrimonio.
Hace poco en una sesión de coaching de vida, una paciente llegó a las siguientes conclusiones y me solicitó compartirlas con ustedes ya que pueden ser muy útiles para muchas otras personas.
1. Poner a los hijos primero
Es fácil amar a tus propios hijos. No tienes que esforzarte mucho y ellos te adoran sin importar lo que hagas. El matrimonio es totalmente opuesto: significa trabajo. Y cada vez que el matrimonio comienza a sentirse como algo que necesitaba mucho trabajo, me alejaba y llevaba a los niños al museo o de paseo. Usualmente planeaba estas aventuras cuando sabía que mi esposo no podría ir (y arruinar lo bien que lo pasaríamos). Me decía a mí misma que estaba bien porque él prefería trabajar y siempre parecía de mal humor cuando salíamos todos juntos. Gran parte de las noches escogía acurrucarme con ellos, culpando lo tarde que él se acostaba. Como resultado, muy pocas veces estábamos juntos y solos y casi nunca teníamos noches en la que estuviéramos sin los niños. Quizás una vez al año, para nuestro aniversario.
2. Falta de límites a los padres
Mis padres iban a nuestra casa frecuentemente, a veces incluso llegaban sin siquiera avisar. Nos ‘ayudaban’ con las cosas de la casa, haciendo tareas que ni les pedíamos, cómo doblar nuestra ropa limpia (de forma incorrecta, obviamente). Íbamos de vacaciones con ellos. Ellos retaban a nuestros hijos en frente de nosotros. Mis propios miedos de molestar a mis padres me hacían evitar ponerlos en su lugar. Hubo pocas veces que sí defendí la autonomía de mi familia. Mi esposo, literalmente, se había casado con toda mi familia
3. Herir sus sentimientos
Creí que el amor tenía que ver con la honestidad, pero todos sabemos que la verdad duele. A medida que comenzamos a estar más cómodos (léase: perezosos) con nuestra relación, dejé de intentar decir las cosas de forma amable. Hablaba mal de él con mis amigas, mi madre y mis compañeros de trabajo. Todo.El.Tiempo. “¿Puedes creer que no hizo esto?” Y “¿Por qué hizo ESO?”
En vez de aumentar su autoestima, la pisotee. Lo empequeñecía a menudo, diciendo que su trabajo no era importante y refiriéndome en malos términos a sus amigos. Lo regañaba por hacer mal las cosas y, honestamente, era sólo porque no lo hacía a mi manera. A veces le hablaba como si fuera un niño. Controlaba el dinero de nuestra familia y manejaba cada centavo que él gastaba. Y en la cama… adivinas bien, también lo hacía todo mal y no me importaba decírselo. A medida que nuestro matrimonio se quebraba, encontraba que continuamente miraba sus errores y faltas para justificar mi superioridad. Al final, no tenía respeto por él y me aseguraba que él lo supiera y lo sintiera todos los días.
4. Aprender a discutir en forma adecuada
Sé que suena extraño sugerir que existe una forma adecuada de discutir, pero la verdad es que si existe. Usualmente mantenía la paz en nuestro hogar manteniendo mi boca cerrada cuando había cosas que me molestaban. Como podrás imaginar, todas estas cosas pequeñas me volvían loca y me convertían en un volcán de ira que ocasionalmente hacía erupción de forma desproporcionada. Y por ira, me refiero a ira así como se define clínicamente. Cuando todo volvía a la calma, justificaba mi ira diciendo que una mujer tiene un límite para las cosas que puede soportar. Cuando miro hacia atrás, era una persona que realmente daba miedo durante esos episodios.
Life coach Leticia López Vázquez leticia.lopez@coaching-integral.com.mx
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