Las lecturas.
Hoy las redes sociales me traen una pregunta que me pone a pensar: “Diez libros que te han cambiado la vida”. Mmm… no diez libros que me hayan fascinado, no diez lecturas que me interese presumir con el propósito de verme muy sesuda, muy intelectual o muy “leida”. No: diez libros que por alguna razón me hayan hecho mella, me hayan ayudado a forjarme de alguna manera (o a evitar ser de otra). Lecturas que en su momento hayan significado una epifanía que por lo menos me hiciera dudar de mi muy “diseñado” futuro… ¡Vaya reto!
¡A arremangarse! Debe ser un ejercicio muy honesto o no me servirá para un pepino. Hay que brincar hasta mi infancia.
De niña era una haragana que no leía más que a Mafalda y a Astérix. Hija de una lectora voraz, mi madre nos arrimaba unos cuentos argentinos (que vendían en Aurrerá) que se llamaban “Los cuentos de Polidoro”. Historietas con coloridas ilustraciones (casi hechas por niños igual que yo) que me introdujeron a la mitología griega y me contaron muchos cuentos menos espeluznantes que los de princesas ilusas o brujas que horneaban niños para la merienda. Me gustaban esas lecturas pero no me entusiasmaba nadita agarrar algo de largo aliento y sin monitos.
Ya he contado las mañas maternas para introducirme en la lectura. Debo reconocer como primer parteaguas (lectura que me cambio la vida porque me engancha en el vicio) una historia cursilona, literariamente cuestionable y casi vergonzosa: “Love Story”. Mi madre, preocupada por mi apatía, compra el librín y me llama a cuenta. “este libro, Flaquita… no lo vayas a leer (¡pero si yo no leía nada!). Lo voy a poner acá (allá arriba del librero), pero estás muy chica, Flaca. No es lectura para ti”.
Mamá se distrae y lo primero que sucede es que me emperico como chango en el librero y me lo robo. Lo leo a escondidas siempre esperando aquello tan prohibido que no debía leer. No lo encuentro, pero me quedo “picada” con lo que pueden contar los libros... ¡y hay tantos en casa!
Así sucedía cada diez o quince días (dependiendo de las páginas del texto prohibido… ¡vieja mañosa!) Para cuando me animo a preguntar qué si puedo leer, ya se me hizo habito-vicio eso de la lectura. Bien por ti, Má!
Salgari: ¡todo! Remacha en mí el gusto recién adquirido. Después de tanto pirata, de tanto tesoro, de tanta aventura la lectura se queda como compañera de vida. Hizo mella indiscutible.
Adolescente: Bonjour Tristesse, de Françoise Sagan. Trinche depresión de una chica atrapada en sus propios demonios… y yo traía retemuchos por dentro pero no me quería morir como la protagonista. Frenas, corriges, buscas nuevo norte.
Una habitación propia, de la Wolf. Fue mi estandarte por quince años. Raro: con todo y la rebeldía a ser la esposa de alguien, caí redondita y así me costó.
Todo Ibargüengoitia. Yo quería escribir así. Liviano, irónico, contundente y lleno de humor que cala más que la solemnidad.
El amor en los tiempos del cólera. Narrativa que agarro por primera vez muy mensa pero me atrapa. Quiero escribir así, quiero contar historias así, no quiero esperar, como Fermina Daza, añísimos para que mi vida cuaje… Mis libros de escribir la vida empiezan a amontonar cuartillas.
La Señora de los Sueños, de Sara Sefchovich, que me pone en las narices a una mujer que se pierde en sus lecturas porque la insatisfacción de su día a día es aplastante y prefiere soñar a poner remedio.
La vida que se va, de Vicente Leñero, que especula e imagina lo que hubiera sido si en aquel “parteaguas” hubiera hecho distinto…
El idiota de Dostoievski, con un menú variado de personajes que de entrada me reta a escribir así, me hace desear una pareja así… y muy pronto me hace querer ser como el idiota: “tonta”, iluminada, tolerante con la naturaleza humana aunque me tachen de loca… Otra epifanía, pues.
No sé si cubre la cuenta, son las lecturas que han hecho mella en mí. ¿Tu? El ejercicio es esclarecedor. Cuando tengas tiempo (y ánimo) hazlo… te dará luces que contarán algo más de ti, incluso para ti misma!
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