El feminismo surge como un movimiento social y político contrario al poder imperante en la Europa de finales del siglo XVIII, impulsado principalmente por mujeres que buscaban emanciparse del yugo patriarcal que no las consideraba ni personas, ni ciudadanas y mucho menos sujetas políticas.

Casi al mismo tiempo en la Francia y la Inglaterra revolucionarias, los procesos transformadores que en cada nación se vivían fueron el escenario en el que pioneras del feminismo propusieron vindicar los derechos negados para las mujeres y eso fue lo que encendió una llama que sigue viva, más de 250 años después.

Jamás ha sido un movimiento complaciente con el poder político en turno, sino todo lo contrario.

El feminismo cuestiona, señala, pone en evidencia las imposturas, las inequidades, los abusos, las violencias. Reclama airadamente eso que se vive en carne propia porque es a las mujeres a quienes se mata, a quienes se oprime, a quienes se ignora orillándonos al extremo de una desigualdad imposible de sostener.

Para quienes, pese a las evidencias diarias del odio hacia las mujeres, siguen preguntándose porqué insistimos tanto en tipificar de manera específica las múltiples acciones violentas que en nuestra contra se cometen, la respuesta está en la desigualdad que nos vulnera. El lugar que en la sociedad hemos ocupado históricamente no ha sido el mismo y eso implica desventajas que a la hora de vivir las violencias, se van convirtiendo en desventajas que hacen crecer como bola de nieve lo que nos lastima.

La pobreza en las mujeres pesa más, nuestro es el cuerpo que se explota sexualmente como carne que sacia placeres en una sociedad que lo normaliza, a nosotras no tan solo nos golpean y nos matan, sino que nos convencen de nuestro poco valor y de que lo que nos pasa, es nuestra culpa.

Así llegamos dos siglos y medio y cuatro olas después al momento en que nos encontramos hoy. En aquel entonces solo unas cuantas mujeres eran las que hacían el miedo a un lado para luchar –en el más estricto sentido de la palabra– por los más elementales derechos. Hoy somos millones. Nos encontramos, nos conectamos, nos acuerpamos y nos reconocemos. Somos feministas y nuestra causa son las mujeres.

Y seguimos igual de necias, de tercas, de convencidas de que la marginación de nuestro sexo no es normal, y aun cuando estamos en un lugar mucho más visible con nuestras causas, no nos conformamos, lo queremos todo. Lo que nos corresponde, lo que es justo.

Este momento de ebullición no es por todos comprendido ni desde luego, deseado. Por eso se empeñan, ante el feminismo, en impulsar el “mujerismo”, peyorativo término que refiere a la práctica de impulsar mujeres aliadas patriarcales para seguir reproduciendo los cánones de una clase que no desea dejar libre ni un espacio por donde pueda pasar la lucha, la convicción, la exigencia de reivindicación.

No hablo de partidos, hablo de sistemas. Todos son uno: el gran patriarcado se niega a ceder un ápice de su control absoluto. Nada que no tenga su venia, nada que escape de su control en todos lados: en la política, en la academia, en la vida sindical, en las empresas. Todos, todos.

Y no es casual esta oleada represiva 4.0 que estamos viviendo, en la cual por todos lados vemos y padecemos represiones que no son micromachismos, sino sistematizadas acciones de una “Gestapo” machista que “hackea” activistas para sacarnos de la jugada, para incomunicarnos, para aislarnos, creyendo que al cortar nuestras redes virtuales cesará nuestra capacidad de multiplicarnos para seguir exigiendo.

Por eso es que nos acosan, en una persecución de “bots” que van sumándose a nuestros seguidores, camuflándose en nuestras redes, para que cuando expresemos nuestro sentir ante las inmensas barbaridades que están sucediendo, ahí, desde adentro, comience la metralla desacreditadora que humilla, que invalida, que polariza para erosionar.

Por eso es que quieren silenciarnos y nos cancelan de espacios en los que nuestra voz pueda ser escuchada. Nos prefieren calladas. Pero el silencio ya no cabe.

Una mujer que cuestiona siempre será un peligro. Por eso insisten en patrocinar actorcitos de la tele para dar clases de empoderamiento. Miserables. Lo que queremos son instituciones funcionando, igualdades salariales, certidumbres jurídicas, acciones de ley contra quienes nos violentan. Dejen de gastar el presupuesto de la prevención de la violencia en uñas con “glitter”.

Necesitamos que nos digan cómo harán para devolvernos las certezas que hemos perdido. Queremos conocer sus diagnósticos y sus rutas a seguir. Queremos estar sentadas en las mesas de los acuerdos. Porque si ustedes acordarán algo sobre nosotras, queremos decidir también sobre ello, porque nos implica.

Apuestan a despolitizarnos, regalándonos complacencias. No. Queremos todo, porque merecemos todo, lo que es nuestro, lo que es justo. Y lo queremos ahora.

Sí, las feministas somos incómodas. Los aplausos, se los dan sus militancias.

 

 

@MónicaMendozaM

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