Me acerco de puntitas y sin hacer mucho ruido a este generoso espacio que siempre me recibe con brazos abiertos. Me siento apenada por no haber escrito nada en casi un año. Aún así, descaradamente, me atrevo a reiniciar esta conversación largamente aplazada. La última vez que escribí fue en el 2020 al principio de esta extraña circunstancia que nos agarró a todxs por sorpresa. En ese momento, tras un subidón inesperado de adrenalina provocado por la primera reunión de networking de Claudia escribí sobre las maravillosas cosas que en ese momento me regalaba la pandemia a través del encierro obligatorio.
Nada en mi experiencia de más de cincuenta años sobre esta tierra me daba para imaginar que un año después seguiríamos en pandemia, encerradxs, aprendiendo a vivir casi todo de forma virtual. Pero menos aún podría haberme imaginado que esta terrible y dolorosa pandemia sería el trampolín o el tobogán que me llevaría a toparme frente a frente con un proyecto de vida que no tenía en el radar y que hoy es la brújula que me guía directamente al destino que he decidido para mi.
Si alguien pudiera verme desde afuera, como un narrador deficiente en tercera persona, diría que todo sigue relativamente igual que hace un año. Por encimita no se notan demasiados cambios. Sigo trabajando en el mismo lugar desde hace quince años, aunque ahora de forma remota; sigo intentando - a veces sin demasiado éxito - que los otros cuatro habitantes de la casa hagan la parte que les corresponde; sigo levantándome temprano a hacer ejercicio si o si. Quizá la única diferencia sustancial es que paso más tiempo frente a la computadora y que casi todo el tiempo estoy anotando cosas en varios cuadernos y libretas que tengo estratégicamente distribuidos en los distintos lugares donde me siento a trabajar... Marzo de 2020 marcó para mi el final de la otra vida.
A un año de distancia soy una persona radicalmente distinta de la que habitaba este cuerpo y dormitaba en esta mente mecida por la cotidianeidad. Tanto es así que mis compañeras de trabajo, a quienes ahora sólo veo en la semanal reunión de zoom se inquietan por no saber qué me notan. Y es que el encontrar propósito, el encontrar un sentido nuevo a la vida, lo cambia absolutamente todo. Desde la mirada hasta la postura. Desde la sonrisa hasta los verbos. Y montada a horcajadas sobre esta vida, la nueva, la brillante, la vibrante, la que emociona, la que pone la piel chinita con posibilidades a cual más de divertidas, te deseo que 2021 te de la oportunidad de dejar la otra vida atrás y aventarte del tobogán más alto a encontrarte con el lugar donde tienes que estar.
Comentario
Gisela, me encanta cómo escribes, relamente me subí en tu tobogán y doy gracias por encontrate en este espacio.
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