La carne asada con la abuela o como desde niña me dijeron que no comiera

 

Este texto es la tarea que me dejó mi psicóloga.

Es la primera vez que escribo el recorrido de varios años,
kilos y dietas en un mismo texto.

No ha sido-es fácil

 

 

La carne asada con la abuela paterna era un ritual que se realizaba una vez al año, recuerdo que era cerca del verano entre el día de la virgen del Carmen y el día del padre.

La familia se reunía y siguiendo esas formas de organizarse, mis tíos se iban al asador y mi madre junto a las tías a la cocina a preparar lo que hacía falta. En el patio entre los árboles frutales mis primas, primos menores que yo jugábamos a las escondidas.

Todo podía ser una estampa normal de una familia en domingo, pero llegaba la hora de comer.

Mi madre nos acostumbró a comer todo lo que servía en nuestros platos, ella tomaba un plato para cada hija y servía los alimentos, cerciorando que comiéramos de todo un poco, nos sentaba en la mesa y comíamos, en casa todo se comía.

Y en esa sencilla acción radicaba el inicio de una serie de comentarios, comen como adultos, comen mucho.

Y mientras comíamos y yo me servía otra quesadilla los comentarios se dirigían a mí, no comas mucho, si comes mucho te vas a poner como tus tías, –este texto no hablará de ellas ni de sus historias, a ellas les toca contar esa historia-. Fueron esas palabras las que por años resonaron en mi cabeza, mis tías eran de corporalidad robusta pero antes y eso lo sé por las fotos de la boda de mis padres, eran más delgadas.

En esas comidas tenía que decidir por uno u otro platillo y no pedir más pastel, sino los comentarios a un cuerpo que aún no tenía se iban a hacer.

Que sabía una niña del cuerpo “correcto”

En la secundaria mis caderas anchas se asomaron, en las revistas veía como las modelos eran muy delgadas, casi planas, yo desentonaba, no me parecía para nada a las modelos de las revistas, mi cabello era negro y chino, tan chino que suelto parecía una melena de león, mi morena y brillante piel como charol, nada de lo que era se parecía si quiera a lo que veía en las novelas de televisa o leía en la revista Tú.

Me escondí entre pantalones enormes, el color negro, mi cabello recogido en una coleta para controlarlo, en esos años empecé a usar lentes, unos cuadrados con bifocal muy marcado que me recordaban a los lentes de mi abuela.

“La de lentes la pasada de moda” me habían dedicado esa canción de Arjona en la secundaria.

Poco antes de entrar a la prepa corte mi cabello –esa es una historia que luego les cuento- decidí dejar de comer, mi gusto por las barritas de granola vino de esa temporada, desayunaba, comía una barrita y no volvía a comer bocado hasta la tarde noche, pero logré mi objetivo, bajé de peso.

Al entrar a la universidad mis horarios se voltearon y comía en horarios distintos, a veces solo papas de esas que llamábamos puercas (una combinación de salsas, zanahorias, chiles), aprovechábamos los miércoles de 2x 1 en los hot dogs de un centro comercial frente a la uni, y fue cuando mi presión empezó a bajar, decía que veía lucecitas como si fueran series de navidad, con el tiempo me sentía muy cansada, débil, tenía la presión baja, y bajaba con tanta normalidad que se quedó a vivir conmigo.

La gastritis se volvió mi mejor amiga, sobre todo en los finales donde lucía gris.

Ahora que lo pienso, bajar de peso era muy sencillo en esos años, para la graduación el vestido elegido no me quedaba muy bien, un mes haciendo bici y dejando de comer me hizo entrar en el vestido.

Después de salir de la uní mi cuerpo se transformó de muchas formas, subía y bajaba, me seguía esa frase de “cuando seas egresada vas a engordar”

No podía dejarme

Hace tres años subí de peso como nunca, casi 90 kilos, no los veía, era muy feliz comiendo, era una comedora y bebedora social (si así se le puede llamar)

Una mañana a punto de darle una mordida a mi quesadilla mi padre me dijo que estaba muy gorda, me preguntó si tomaba anticonceptivos, ese no era el cuerpo para una mujer de mi edad.

Ese día no desayuné.

Las voces volvieron, ese día y los que siguieron me perseguía el no verme, el no ser lo que debería, a veces veo fotos de esos años, estaba más cachetona, esa sudadera apenas me quedaba,

Me escondí entre ropa, me negaba a ir a la playa porque no quería que vieran mi cuerpo sin su protección, entré a pole como una forma de obligarme a amar mi cuerpo, la primera clase traía un short muy largo y una playera deportiva, quería esconderme.

Recuerdo que hacía abdominales repitiéndome que los hombres no quieren a las mujeres gordas, me lo repetía tanto, una ex pareja me dijo que si me volvía vegetariana “me dejaba”

Uno de ellos a las semanas de terminar nuestra relación empezó a salir con otra chava, lucía todo lo contrario a como yo me veía.

He vivido en dietas desde hace años, me enojaba no ver resultados, años en el gym y cualquier día libre me regresa el sentimiento de no deber comer.

Hoy me veo en el espejo y soy distinta, mi cuerpo es distinto, cada día intento amarlo con sus estrías, llantitas, con sus formas tan particulares, con los años las ojeras, las bolsas debajo de los parpados, las canas me recuerdan que no tendré el control y que me puedo abrazar.

Hoy, años después de esas carnes asadas aún recuerdo esa voz que me decía que si seguía comiendo me parecería a ellas, hay días buenos, hay días donde puedo comer sin remordimiento.

Hay días que me siento frente al refrigerador y saco un toupper para comer y comer hasta que siento que he saciado lo que tenía que llenar.

Hay días donde me miro al espejo y todo luce mal.

Hay días donde me reprocho los años pasados, el cuerpo que no puedo tener, la rebanada de pastel.

Hay días donde es más sencillo todo, donde puedo usar un top para el al gym y otros donde uso una enorme playera.

Hay días.

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