Una mesa de madera rústica, un pan recién horneado, flores secas en un florero de cristal. La escena es perfecta, reconfortante. Para muchas mujeres jóvenes, este imaginario cottagecore se convirtió, sobre todo después de la pandemia, en un refugio frente a la sobrecarga laboral, el ruido de las redes, la precariedad económica, la incertidumbre y la depresión.

Hasta aquí todo puede sonar bien e inclusive idílico. ¿Qué tienen de malo las flores y el pan casero? La verdad es que en sí, nada. Este no es el problema ni el centro de la cuestión, el desafío surge cuando estas imágenes nostálgicas se convierten en vehículos de sumisión y en símbolos de obediencia femenina asociados a “virtudes necesarias” de las mujeres.

Vuelvo a hacer una aclaración que siempre hago: el feminismo y la defensa de los derechos de las mujeres no buscan el establecimiento de un modelo único de vida. Buscan justo todo lo contrario, que las mujeres podamos elegir de manera libre, consciente y con conocimiento de todas las alternativas existentes y posibles. Habiendo establecido esta premisa, regreso al análisis de la cultura de las tradwives: esas influencers que romantizan la sumisión, el matrimonio temprano y la maternidad como destino y enfatizo que eso no es diversidad, sino un mandato patriarcal disfrazado de “libertad de elección”.

El cottagecore nació como una estética digital: vestidos de lino, pan horneado en casa, jardines cuidados a mano, cocinas de revista. Un estudio de la Universidad de Cornell documenta cómo, a partir de 2021, este estilo que antes enfatizaba la estética de las recetas y los jardines de película comenzó a moverse hacia una agenda promotora de religión, el valor de las mujeres que se quedan en casa y roles tradicionales de género, el cuidado del esposo, los hijos, dejar al hombre ocupar la posición de liderazgo y no competir con él. Podríamos decir que la estética fue el anzuelo y la ideología llegó después. La estética  cottagecore transitó hacia la estética tradwives.

En TikTok, el hashtag #tradwife tenía cerca de  300 millones de visualizaciones a finales de 2023 y en Instagram se encontraron más de 60 mil publicaciones asociadas a él. Este contenido empieza sutilmente con recetas y decoración vintage, pero progresivamente introduce ideas que presentan la sumisión como empoderamiento y alternativa para las mujeres jóvenes.

Estamos hablando de una narrativa que trasciende fronteras:

  • En Estados Unidos hay influencers con gran arraigo como Hannah Neeleman (Ballerina Farm), quien tiene más de 10 millones de seguidores; está Nara Smith, quien combina glamour con  domesticidad y nostalgia por la vida campirana; Estee Williams, quien dice abiertamente en su cuenta de TikTok: “Me someto y sirvo a mi esposo. Es una bendición ser su ayudante”.
  • En España, Rocío Bueno, mejor conocida como “Roro”, se ha hecho  viral cocinando para su novio Pablo. Su estética no tiene nada de inocente aunque hable con voz de niña, y para los hombres que se sienten amenazados por las mujeres que viven hoy con libertad, ella represente un ideal.
  • En la comunidad latina en Estados Unidos está surgiendo un fenómeno inesperado. Según Latino USA, se ha incrementado el número de cuentas de latinas en TikTok e Instagram que imitan las narrativas tradwives de las mujeres anglosajonas estadounidenses, presentando la vida doméstica como aspiración única.

¿Educar en obediencia es libertad? Hay quienes dicen que el estilo de vida detrás de este hashtag es una prueba de la libertad de elección de quienes lo promueven. Elegir implica tener alternativas reales y condiciones para tomarlas. Si una mujer crece escuchando que su valor está en complacer, cuidar y obedecer, y que desviarse de ese guión la convierte en egoísta o mala mujer, esa elección no es libre: es el resultado de un adoctrinamiento sutil.

Existen herramientas de subordinación institucional como puede verse en países como Afganistán, pero existen otras más sutiles fundamentadas en las estructuras culturales que naturalizan la obediencia. Carole Pateman lo explicó claramente en su obra El contrato sexual, en donde señala que la sociedad civil actual sigue sosteniéndose en la opresión femenina y que instituciones como el matrimonio perpetúan la desigualdad entre mujeres y hombres. Está también la perspectiva de Silvia Federici, quien en El patriarcado del salario dice que el rol reproductivo de las mujeres sostiene el modelo capitalista y perpetúa la división de las mujeres entre amas de casa y mujeres trabajadoras.

Desde una perspectiva política, la gran pregunta es: ¿quién financia las jaulas de oro que se están promoviendo mediante estas narrativas? En Europa, nada más, entre 2019 y 2023 el financiamiento antiderechos fue de $ 1.18 billones de dólares.

Ese dinero no se queda en documentos, campañas políticas o procesos de cabildeo, se invierte en influencers y plataformas que moldean imaginarios. Un estudio de Media Matters in America  en 2024 encontró que las cuentas de tradwives en TikTok están vinculadas a los algoritmos de las teorías de la conspiración, movimientos conservadores, al discurso estadounidense a favor de una inminente guerra civil, contenido misógino, supremacista, al nacionalismo cristiano, a discursos racistas, entre otros.

Por su parte, Turning Point USA ,el grupo conservador que  organiza cada año el Young Women’s Leadership Summit, se ha encargado de promover entre las participantes mensajes muy claros: casarse joven, tener más hijos, desconfiar de las carreras profesionales. Todo bajo una estética  aspiracional que de facto implica que renunciar a sus derechos es una decisión que las empodera.

El discurso tradwife no se queda en redes sociales: se traduce en votos. En Estados Unidos, parte del voto femenino joven (GenZ) a favor de  Trump en 2024 se explicó por la influencia de estas narrativas y por el impulso que dan a los valores del nacionalismo cristiano y del regreso al patriarcado tradicional. En España, Vox incorpora argumentos similares en su agenda antigénero y si bien entre los jóvenes son más los hombres identificados con el partido que mujeres, el número de mujeres jóvenes que les apoya es considerable. En América Latina, la retórica de sumisión refuerza liderazgos como el de Bolsonaro en Brasil, con consecuencias directas en políticas reproductivas, laborales y de educación sexual.

No hay nada de malo en hornear pan o en criar hijos, si eso es lo que se quiere. El problema es cuando el único guión disponible para una mujer es hornear pan y criar hijos y cuando la estética dulce esconde una estrategia política y económica para recortar libertades y cuando lo que se vende como empoderamiento es en realidad sumisión recubierta de flores secas.

La libertad no es decidir obedecer,  es tener opciones sin que nadie las decida por ti.

Aunque la  jaula tenga flores, sigue siendo jaula.

Publicado originalmente enAnimal Político el 12 de agosto del 2025.

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