Nos dijeron que el poder era un espacio reservado, un terreno peligroso, un juego de pocos.
Nos enseñaron a temerlo, a asociarlo con la soberbia, la traición o la pérdida.
Durante siglos, el poder se nos presentó como una estructura vertical, masculina y distante: un escenario donde las mujeres podían participar, pero nunca decidir las reglas.
Y, sin darnos cuenta, lo internalizamos. Aprendimos a confundir el poder con la violencia, la fuerza con el dominio, la voz con la culpa.
Pero el modelo del viejo poder, ese que se sostiene en el miedo, en el silencio y en la obediencia, está agotado.
No queremos simplemente ocuparlo: queremos derribarlo y escribir otro.
Hackear el poder es entender que no se trata de reproducir el modelo, sino de cambiar el código.
No basta con tener más mujeres en los espacios de decisión si esos espacios siguen replicando las mismas lógicas de exclusión.
Hackear el poder es cuestionar la raíz: ¿quién define el valor?, ¿quién nombra lo importante?, ¿quién decide a quién se escucha?
Es mirar la estructura y atreverse a escribir una nueva sintaxis donde el poder no se imponga, sino que se comparta, se cuide y se construya.
Porque el poder no está solo en la política ni en las instituciones.
Está en la manera en que criamos, en cómo hablamos, en cómo usamos la tecnología, en cómo decidimos, en cómo amamos.
Está en el momento en que una mujer se escucha a sí misma y deja de pedir permiso para existir.
Está en las pequeñas acciones que desestabilizan los viejos modelos: cuando decimos no, cuando descansamos sin culpa, cuando elegimos nuestra voz, cuando nos unimos en red.
Hackear el poder también es hackear nuestra propia definición del poder.
Porque a muchas nos enseñaron a huir de él, a sentir que no éramos dignas de ejercerlo o que hacerlo era un exceso.
Nos convencieron de que el poder no podía ser compasivo, amoroso o consciente.
Y sin embargo, ahí está: en la claridad, en la coherencia, en la ternura que no se rinde.
En cada mujer que decide no seguir el guion, sino escribir el suyo propio.
El nuevo poder no nace de la imposición, sino de la conciencia.
No se mide en jerarquías, sino en impacto.
No divide: multiplica.
No se defiende: se ejerce con propósito.
Hackear el poder es también reconocer que hay que derribar lo que ya no sirve dentro de nosotras mismas.
Las narrativas que nos dicen que no somos suficientes, que hay que esperar a que nos den un lugar, que ejercer poder es peligroso o egoísta.
El verdadero hack empieza adentro: en la mente, en la voz, en el cuerpo, en la decisión de creer que sí podemos y que hacerlo no nos resta humanidad, sino que nos devuelve libertad.
Hoy, desde Mujeres Construyendo, afirmamos que no venimos a ocupar el poder:
venimos a redefinirlo.
A escribir nuevas reglas, a tejer nuevas estructuras, a demostrar que la influencia también puede ser ética, que la fuerza también puede cuidar, que la autoridad también puede escuchar.
El poder consciente no busca someter, busca despertar.
Y cuando una mujer lo ejerce desde la verdad, el sistema entero se reprograma.
¿Dónde entregaste tu poder sin darte cuenta? ¿Dónde puedes recuperarlo hoy?
Cuéntanoslo en el blog o en redes con el hashtag #MujeresQueHackeanElSistema.
Porque la revolución no empieza en el Congreso ni en la empresa: empieza dentro.
¿Aún no formas parte de nuestra comunidad? Aquí te puedes sumar. Tu voz falta.
Mujeres Construyendo — 16 años hackeando el silencio.
#TuVozCuenta
#NuestrasVocesUnidasHacenlaDiferencia
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