Editorial · Mujeres Construyendo
El 25 de noviembre nunca es un día cualquiera. Es un día que recorre la memoria y deja expuestas las contradicciones del país. Este año, en México en particular, tuvo una imagen que difícilmente se borrará: las vallas metálicas alrededor del Palacio Nacional coronadas con enormes piedras colocadas para que ninguna mujer pudiera moverlas. Piedras frías, pesadas, sin propósito constructivo, destinadas únicamente a reforzar una frontera entre el poder y la ciudadanía. Piedras diseñadas para contener mujeres, no para contener violencia.
La escena fue tan evidente que resultó imposible ignorar el mensaje: el Estado mexicano sigue tratando a las mujeres como una amenaza. Para comprender lo que significan esas piedras es necesario mirar atrás, porque esta no es una historia que empieza en 2024. Es el eco modernizado de una violencia histórica cuya pedagogía ha sido siempre la misma: disciplinar, silenciar y castigar a la mujer que habla y no sólo en México, en el mundo entero.
Durante siglos, la represión fue pública y ritual. En la Europa medieval, cientos de miles de mujeres fueron perseguidas, torturadas y quemadas bajo la acusación de brujería. Detrás del mito había una idea sencilla: una mujer que sabía demasiado, opinaba demasiado o ayudaba demasiado era una mujer peligrosa. La hoguera no solo castigaba un cuerpo, era un espectáculo destinado a sembrar miedo y producir obediencia. “Esto le pasa a la mujer que se sale del guión”, decía el fuego. Ese mensaje moldeó imaginarios, dictó silencios y legitimó estructuras.
Hoy nadie quema mujeres en plazas públicas, pero el mecanismo no ha desaparecido. Se transformó. Las hogueras se convirtieron en vallas, las antorchas en discursos, el castigo público en burocracia que paraliza, los juicios en ridiculización mediática, el destierro en acoso digital. La violencia muta, se adapta y sobrevive porque su función sigue siendo útil para quienes temen perder privilegios. Se expresa en presupuestos recortados, instituciones omisas, narrativas que minimizan, procesos que nunca avanzan y plataformas digitales donde la agresión se multiplica sin freno.
La violencia digital no es un fenómeno tecnológico, sino una extensión del mismo sistema. Se manifiesta en hostigamiento, doxxing, amenazas, campañas de odio coordinadas y deepfakes creados para intimidar a periodistas, activistas, candidatas y mujeres que simplemente ocupan espacio. Internet amplificó la persecución histórica con nuevas herramientas, pero con idéntico objetivo: forzar a las mujeres a abandonar el espacio público.
Por eso, cuando el Estado decide blindarse con piedras no solo está protegiendo un edificio. Está actualizando un viejo mensaje. No le preocupa el daño material; le preocupa el reclamo. No teme el grafiti; teme la exigencia. No siente amenaza en el contingente; siente amenaza en la verdad. Las piedras del Zócalo no son un acto administrativo: son un símbolo del miedo a la ciudadanía femenina organizada. Es un mensaje que no está dirigido sólo a las mexicanas, toca a TODAS las mujeres.
Lo más llamativo es la contradicción: en un país donde el 93.2% de los delitos contra mujeres no se registran, donde el presupuesto para igualdad se redujo 65%, donde siete de cada diez mujeres han vivido violencia, la prioridad institucional el 25N fue reforzar un muro. La seguridad de las mujeres sigue en lista de espera; la seguridad del palacio tuvo prioridad absoluta. Queda así expuesto un Estado que se protege del reclamo de las mujeres mientras es incapaz de proteger a las mujeres del crimen, de la violencia y de la impunidad.
Nada de esto es nuevo. Cada vez que las mujeres han exigido justicia, el poder ha respondido con castigo: desde las hogueras medievales, pasando por la ridiculización de las sufragistas, hasta el hostigamiento que enfrentan defensoras y periodistas en distintos países. La historia tiene un patrón: convertir a la mujer que habla en una mujer peligrosa. Pero también tiene un aprendizaje: no han podido con nosotras. No pudieron callar a las brujas, no pudieron frenar a las sufragistas, no han podido detener a las madres buscadoras ni a las miles que hoy marchan pese a piedras y amenazas.
En este 25N, mientras las barricadas de metal y piedra hacían guardia para proteger al poder de la incomodidad, las mujeres caminaron con una verdad que pesa más que cualquier bloque de cemento: somos la memoria viva de un país y un mundo que aún no aprende a escucharnos. Un gobierno que le teme a la mitad de su población no es un gobierno fuerte. Una sociedad que escucha a las mujeres no es una sociedad peligrosa; es una sociedad democrática. La pregunta nunca ha sido por qué marchan las mujeres. La pregunta es por qué el Estado sigue respondiendo con miedo.
Las hogueras de ayer y las piedras de hoy forman parte de la misma narrativa, pero también de la misma resistencia. Lo que no lograron quemar en el pasado no podrán contenerlo en el presente. Seguiremos hablando, marchando, escribiendo y construyendo. Somos la voz que no quemaron, la que no lograron encerrar, la que ni con piedras podrán detener.
#TuVozCuenta · #NuestrasVocesUnidasHacenLaDiferencia · Mujeres Construyendo — 16 años hackeando el silencio.
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