Recuerdo que cuando tenía 16 años, mi vida era tan compleja, tan difícil y tan oscura. O al menos en mi mundo adolescente así la veía. Comencé a escribir mis primeros pensamientos en un diario, después me dedique a escribir poesía. Una poesía tierna y romántica, pero a la vez fuerte y desgarradora donde plasmaba historias de amores no correspondidos y de la incomprensión total de mi familia, de mis profesores y del mundo en general. Tenía la bendición de tener mi propia recamara y hacer de ese espacio un refugio total, caótico pero al fin un refugio. Ese caos personal en el que estaba inmersa me doto de una particular fuerza, misma que me ayudo a soportar muchas situaciones propias de mi edad. Ni por un instante me cruzo la idea de que gracias a esas letras no desfallecí, que lo que estaba haciendo era catarsis pura. Y tras mirar esos escritos a mano, evoco episodios de mi vida que narran situaciones que me dan ternura, aunque en aquel entonces eran situaciones de vida o muerte. Así son las vivencias intensas mientras se viven y después cada uno le da el valor que le plazca, inclusive se va  modificando con el tiempo la apreciación de esas anécdotas.

 

Hoy en día que la manera de mirar la vida y los problemas ha tomado otro matiz, y es -creo yo- más necesario el expresar las emociones. Escribir es para mí, una expresión que va más allá, que desata nudos emocionales que no han logrado salir por la garganta. Que son pensamientos fluidos y precisos sobre situaciones concretas. Esto de dejar fluir, incluye más que aceptar las cosas que suceden (y del modo en que se presentan), sentir y sobre todo expresar ese sentir. Si bien es cierto que antes no existía un medio tan “público” de expresarse. No por ello se limitaba al anonimato. Siempre se buscara un lector, alguien con quien compartir esas letras que fluyen incesantes como rio, ya que muchos contenidos no son con dedicatoria. Las musas aparecen y se escribe, el trasfondo de las letras queda como siempre en el corazón de su autor, el resultado es un sentimiento que no va direccionado, que fluctúa a cualquier sitio y a cualquier corazón.

 

Esto de dejar fluir me permite desnudar el alma, volcar lo que llevo dentro, lo contenido, lo resguardado, lo…reprimido. Esto de dejar fluir me sitúa en una posición liberadora. Esto de escribir es algo que necesito hacer, que mi corazón no puede contener más, y que a diferencia de esos tiernos 16 años, ya no lucho contra ninguna opresión emocional en forma de padres o de autoridad, más bien fluyo en esta avalancha de vivencias que me ha tocado librar. Esto de dejar fluir me gusta.

 

 

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