Este es el tiempo de coger con las botas puestas, para que al último suspiro post orgasmo sea posible emprender una huida más, para llegar y guarecerse al fin en el rincón de la segura soledad.
Llegan los días en los que uno se rehúsa a permanecer a la espera, bajo las sombras de los sueños guajiros que toman como estandarte al amor, que se aferran al alma como rémoras emocionales, que impiden avanzar pero también abandonar el barco.
Pasan los tiempos en los que se espera la llegada de las mariposas a un vientre por años vacío, sin pensar cuánto tarden en llegar, ni si su estrépito de alas interrumpa a la realidad que te pega en la cara, como el bofetón que daban las madres cuando de niña decías malas palabras.
Estamos entonces en la época en la que se espera con más alegría la llegada del metro a tiempo y vacío, que la del amor, en la era en la que existe más la certeza de que tras horas de tráfico más tarde que temprano llegarás a un destino conocido, no así como el amor, que nunca se sabe dónde acabará, pero sí como.
Vivimos en los días en los que los amores vienen empaquetados, en forma de shots de tequila, y se beben, se te trepan y se te bajan de la cabeza con la misma velocidad con la que entraron a tu cuerpo, para terminar en dónde todo acaba, en el retrete.
Ya no están de moda, ni tampoco se tienen las suficientes ganas de tener amores que están condenados a largos periodos de soledad que se paga con intereses, con tandas que vienen en tres partes de palabras al vacío por una de presencias presurosas y volátiles.
Estamos en la era en la que los doctores, los brujos y terapeutas recomiendan permanecer alejada de este sentimiento de permanecer inmóvil y condenada a la soledad ante la promesa de un futuro ilusorio pero poco probable.
Y se nos pasan los minutos dejando cada célula muerta en la amplitud de una cama comúnmente vacía, acostumbrada a abrazar a una única ocupante, con la esperanza cada vez más desdibujada de tomar finalmente a un par de cuerpos conocidos.
Se evitan los periodos de reservar las noches de caza al cajón de los recuerdos por esas ganas de llamar por nombre y apellido a alguno que se quedará danzando en la monotonía de la vida cotidiana, por esa manía de querer quedarse en la vida de alguno como un amuleto y no como una sombra que traga, sueña, come y vive más de los sueños ajenos que los propios.
Este es el tiempo en el que se pierde la inocencia y la esperanza de encontrar "al bueno", a ese ser cada vez menos real que te llene el corazón de luces de colores y nutella.
Es el tiempo en el que la certeza de que no existe esa persona que nos auguraron desde la cuna nos recuerda al momento de la infancia en el que alguien nos dijo que Los Reyes Magos no existen y que el ratón de los dientes son tus padres, y que nos deja ahora, así como en aquellos años, el vacío de jamás recuperar la ilusión.
Twitter: @Miss__Ovarios
http://mariangel-elovario.blogspot.mx/
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