Se acerca el 14 de febrero y con este un montón de automóviles "decorados" con post-its jurando amor eterno, globeros en cada esquina inflándose los bolsillos, ositos de felpa aferrados a corazones que dicen te amo en letras doradas, y rosas, muchas rosas, será común ver hombres en todas partes portando ramos de flores con más pena que orgullo, como arrastrando cadenas que lograrán finalmente pintar una sonrisa en el rostro de su amada, quien seguramente durante los días previos estuvo ejerciendo presión para celebrar el Día de los Enamorados.


Hasta hace poco, aún en estos tiempos en los que ya no me cuezo al primer hervor, me sigue alterando el Día del Amor y la Amistad, no sé, se me antoja ser de pronto un poco cursi y gozar como sarnosa con un ramo de flores muertas entre las manos, dejarme llevar por alguno a un bonito restaurante o a un motel putísimo, de esos que tienen espejos en el techo y mueres de la pena ante tu desnudez, o te mofas en silencio de las nalgas peludas de tu amor.
La celebración de este día es más para ellas que para ellos, porque desgraciadamente nos educaron para validar nuestra feminidad con base en el marido que tengamos aferrado a una mano y a la otra un bolso de esos que podrían dar de comer a una familia de escasos recursos durante un mes y encima montadas en unos zapatos que seguiremos pagando durante el próximo año y que solo aguantamos sentadas, inmóviles, limitándonos solo a vernos lindas.
Ese día, como muchos otros en los que hay esperanza de darle gusto al cuerpo, se trae bajo de la ropa una piel irritada fuerza de rastrillazos para eliminar cualquier rastro de vello y un bonito negligé de esos que hacen que los senos parezcan dos conos de helado de fresa pero que pican como un montón de abejas y por qué no, una bonita tanga cuyo hilo dental sientes hasta la garganta y que la mayoría de las veces ruegas por que te lo arranquen de una vez por todas y no necesariamente para tener sexo salvaje, sino para acabar con el suplicio de el encaje en medio de ti, haciéndote la vida imposible.
Hasta hace poco me afectaba la fecha, me daban ganas de reventar globos y gritar a cada enamorado que el amor acaba y que terminarían llorando como muñecos feos en cualquier rincón, ahora solo me altera el tráfico que se arma, el alza de precios hasta en las tiendas de abarrotes y las preguntas estúpidas de las personas en torno a mi soltería y a cómo celebraré este día.
Cada año me he visto a mi y a muchas de mis amigas normalmente a gusto con su soltería perder un poquito la compostura días antes de la llegada del Día de San Valentín, quizás un poco afectadas por la presión social de no andar por la vida portando un hombre, con la misma alegría con la que se portan unos aretes caros, y un poco culposas de disfrutarse más a si mismas que a los demás.
Y es que desde niñas, los cuentos de hadas y las eternas cantaletas nos desvirtuaron un poco la realidad y creemos entonces que el amor verdadero todo lo puede y estamos más que dispuestas a soportar una serie de calamidades porque al final "el amor va a triunfar", nos grabaron a rajatabla que el amor verdadero es eterno y luego después de un rompimiento andamos con cara de mujeres engañadas, sintiéndonos culpables por no haber aguantado más y con la cabeza llena de "si yo hubiera".
Desde nuestros primeros pasos nos dijeron que es imposible ser feliz sin pareja y pasamos entonces la mayor parte de la vida buscando un amor para entonces ser felices, ignorando que la felicidad vive tan campante dentro de cada una de nosotras,  también nos grabaron en la frente el clásico "quien bien te quiere te hará llorar" y ahí estamos, derramando lágrimas a granel y contentas por ello, porque entonces significa que alguien nos quiere.
Nos tatuaron en el corazón la idea de que solo existe una media naranja para cada persona, entonces vamos por la vida reservando nuestra mitad para el sueño efímero de encontrar un otro que embone con nosotras, perdiendo cuantiosas oportunidades de exprimir limones, toronjas, y comernos todas las frutas del frutero sin tanta pena y con mucha gloria.
Nos sentimos contentas porque hay un alguien que nos cela, porque nuestras madres o mentoras nos dijeron en la cuna "si te cela, te quiere y le importas", entonces andamos por ahí con el alma y el celular abiertos, con la intimidad a merced de un otro para recibir el premio del amor , cedemos una y otra vez a muchas invasiones que no tendrían por qué ser para decir "aww es que me quiere y se preocupa por mi".
Pensamos entonces que nuestra valía radica en tener con quien dormir y a quien presumir en las fiestas con las amigas, aunque la relación tras bambalinas sea un chasco, "pero qué más da si nos vemos más lindas con un hombre a nuestro lado", como si la belleza de una mujer se midiera en función de su estado civil.
Jamás nos dijeron cómo portar la bandera del amor individual, en la que disfrutas cada minuto de tu ser, en la que gozas una película sin más compañía que una buena copa de vino, nos enseñaron a andar en duplas, para posteriormente ser una copia barata de aquel que nos liberará de la etiqueta de "está sola", "es dejada", por el puro agradecimiento de habernos salvado de estar con nosotras mismas, como si ese fuera el mayor de los pecados.

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Comentario de Martha Cisneros el febrero 10, 2015 a las 3:00pm

Más bien creo que es el día de la mercadotecnia! Y estoy totalmente de acuerdo contigo, más bien deberíamos haber aprendido que el amor propio es el amor más importante, amarnos a nosotros mismas aunque suene egoísta es lo primordial! si no nos amamos a nosotras no podemos amar a nadie más, una no puede dar lo que no tiene! Olvidemonos de esas historias de cuentos de hadas y escribamos nuevas como las que nos has compartido en este post: PORTANDO LA BANDERA DEL AMOR INDIVIDUAL! Gracias por compartir! Saludos desde NY

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