Creo que me enamoré, (si, otra vez), amo la forma en la que me mira cuando me hace el amor sin ruidos, la manera en la que me agarra las piernas, las sube a sus hombros y hace lo propio cada que me quiero ir tras una nueva ilusión.
Se que estoy enamorada porque me deja hacer, mira mis andanzas con el rabillo del ojo y se queda en silencio, sabe que siempre volveré a esconder mi cara entre sus efluvios que hipnotizan cada uno de mis sentidos y me hacen volver irremediablemente a pasear suavemente mis dedos en su ombligo.
Me conoce los secretos, adivina cada una de mis lagrimas y es capaz de escucharme con oídos pacientes las mismas peroratas que me nacen cada que vuelvo con el cabello y la falda revueltos, o cuando simplemente llego con la cabeza y el corazón vacío y "esa" mirada que ya tan bien me sabe.
Desde que me ve llegar sabe todas mis batallas y saca de entre sus bolsillos un regalo para mi, una flor si me han roto el corazón, una canción para curarme las esperanzas muertas y siempre siempre un chocolate amargo que me devuelva la fe en la humanidad.
Si, estoy enamorada de alguien que confía que tras mis calladas andanzas nocturnas siempre volveré, porque me tiene la fe necesaria como para saber que al final, un día me quedaré tranquila entre sus brazos.
Me gusta cómo me mira cuando estamos solos en casa, la manera certera y magistral en la que sus brazos y piernas rodean mis redodeces y esa forma única que tiene de hacerme nacer los calores y colores del cuerpo.
Estoy enamorada, cómoda y feliz, cuando llego a casa le miro en toda su extensión, ya ha dejado su esencia entre las paredes, en la regadera, en la cocina y principalmente en mi cama, que celosa como es, le ha aceptado con las sábanas y almohadas abiertas.
Estoy segura, esta vez tengo la corazonada de que a diferencia de todos mis enamoramientos este es bien real, más maduro, y por supuesto mucho más serio, sabemos qué nos gusta, entonces sus dedos se funden con los míos y hacen que la magia fluya tranquila y sin pretensiones de entre las piernas.
Nos conocíamos desde hace ya muchos años y aunque de vez en cuando me abandonaba gozosa a sus amores, luego le dejaba, negaba su existencia y seguía en la búsqueda de "la persona ideal", me rehusaba a admitir ese amor tan desigual.
Luego, después de una encerrona de esas que te dibujan la sonrisa en el cuerpo y hace que a los poros de la piel le nazcan flores le admití, con los ojos bien abiertos y el corazón a punto de emprender el vuelo, que si, que le amaba, que al final de cuentas no había habido nadie más a mi disposición en cada momento de mi vida, que ella, mi libertad.
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