A diferencia de esas duchas carentes de alguna emoción, los baños largos logran mecerte entre sus brazos, tienen la capacidad de limpiarte las entrañas y curarte de los malos amores, cada gota de agua caliente representa la oportunidad de perdonarte alguna nueva pendejada que curiosamente se te viene a la mente justo al contacto de la primer gota.
El agua recorre cada poro del cuerpo, es como esos besos largos que se dan simplemente porque se puede, y se comienzan a remover los pensamientos que vuelan entre los vapores, algunos se convierten en mariposas que vale la pena dejar ir y otros tantos se quedan muy quietos, pegados junto al corazón rogando formar parte de lo que aún vale la pena conservar.
Olvidas si ya te tallaste la cabeza una, dos o tres veces, qué más da, nunca importa tanto cuántas oportunidades se necesiten para limpiar el cerebro de malas ideas, cada pompa de jabón que resbala por el cuerpo se percibe como una caricia, como si hasta las burbujas quisieran decir algo, como si cada segundo bajo el agua fuera una eternidad bajo el manto estelar.
Cierras los ojos y piensas en los pecados que todavía no has cometido, así como aquellos que todavía no te da la gana borrar y los atesoras con la misma sonrisa que pone un niño cuando consigue darle al menos una chupada al dulce antes de comer, en tanto que los otros, los que duelen o incomodan se van por el caño sin tanto ruido y se les puede ver nadando entre los dedos de los pies con la misma naturalidad con la que llegaron al cerebro.
Los baños largos tienen la magia de conferirle a la esponja cotidiana texturas diferentes, se vuelve suave y amigable si se quieren conservar algunas caricias en miscelanea, toma la forma de las manos de algún amante recién estrenado que busca quedarse de cualquier manera entre algún pliegue del alma, pero se vuelve áspera y hostil a la hora de quitar algún cochambre bien pegado al corazón.
Provocan recuerdos cristalinos y etéreos, llegan entonces los amores pasados, presentes y futuros abrazando las entrañas, besando con cada gota que le nace a la ducha alguna parte del cuerpo que muy seguramente tiene historia, y llegan nombres y aromas de algunas personas que estuvieron ahí antes y no te diste cuenta, pero ahora, bajo el agua, extrañas.
Te cuentas las pecas y aplaudes los nuevos lunares que salieron, te miras las estrías y flacideces con los ojos objetivos de quien entiende que el paso del tiempo es una realidad y no un invento de nuestros padres y al final te haces consciente de que el cuerpo, ese que se agasaja a sí mismo durante una ducha larga, es el de uno, no habrá un brazo nuevo, ni un par de piernas reemplazables, mucho menos un trasplante de alma.
Al estar desnudos y solos con cada uno de los pensamientos revoloteando, las duchas largas son la oportunidad perfecta de ponerlo todo en balance, para mirar cada cosa en su justa dimensión y bajo el agua, tras repasar los acontecimientos de la noche, los pendientes de la semana y las cuentas que nunca cuadran un buen día también te das cuenta de que el corazón, ese que jurabas que se terminaría de romper tras uno de tus enésimos e infructuosos intentos, sigue ahí, en su sitio, entonces cierras la llave y agradeces.
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