Iba por una historia y regreso sin las letras precisas para armarla, con la cabeza llena de cascabeles y las preguntas otra vez atoradas en la campanilla de la garganta.
Hacía meses que ya no había historias de amores furtivos con el señor manos de artesano y sonrisa de media luna, no había más letras, ni miradas profundas, no había ya ni el recuerdo de cómo había empezado todo, ni siquiera la certeza de que él en algún momento hubiera sentido lo mismo.
Lo que ese día si hubo, como tantas otras mañanas, fueron manos y alientos entrelazados, arrimones emocionales y besos queditos y ahogados, un breve resumen de las incidencias cotidianas, historias de tragos y de lo fácil que era la vida de uno sin la otra y viceversa.
Hubo una historia ajena a esa historia y ella miraba a su interlocutor mover las manos, hacer pausas breves para recordar una anécdota familiar, observaba sus bellos saliendo de su camisa arrugada y le miraba las manos moverse nerviosamente en el teclado.
Aquello era una calma autoimpuesta, sabían que no debían dejar sus caballos desbocarse, ni soltar retahilas de reproches inflamados por el tiempo, mucho menos todas esas palabras de amor que se quedarían debiendo toda la vida, ya a esas alturas del partido cada cual sabía el preciso espacio que ocupaban en sus vidas.
El le contó un trozo de su infancia y ella lamentó no poder tener derecho de escuchar más trozos, ni besarle el aliento cada mañana, entonces culpó al tiempo, a la dirección del viento y al destino por no cruzar sus caminos al menos 10 años atrás, luego lo bendijo porque ella sabía que él era muy de esos que secan los corazones.
Mientras le miraba contar la historia de aquel tío cercano y las sabias palabras que le marcaron la existencia, ella lo miraba tratando de adivinar en sus palabras algo que le confirmara la certeza de que ese trozo, como muchos oteros de su vida, jamás serían de ella.
Cuando él entrelazaba su historia ella se empeñaba en encontrar lo que él tramaba bajo sus tatuajes, nunca le dijo bien a bien cuales eran sus planes con ella y quizás eso era lo que la tenía prendida a esa historia utópica, después de todo por aquellos días pensaba que las irrealidades no hacen daño a nadie, lo que no sabía, es que esa vez el tiempo no le daría la razón.
Porque un día, de buenas a primeras se despertó con el amor dislocado y la ilusión rota, con un recuerdo bajo el brazo y una historia que todavía no sabía dónde acomodar, porque la tenía tatuada en las manos 

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