Traía la misma camisa roja que ensució años atrás al compartirle sus amores, el tiempo le había hecho olvidar la tarde en la que quiso eliminar esa mancha blanquecina que podría poner alerta a su esposa.
Ella, la otra, había quitado de su mente esa misma tarde en la que la camisa roja fue la receptora de sus amores reprimidos en cuatro blancas paredes, años después en una visita totalmente profesional le recordaría en modo de memorándum aquella vez que se creyeron enamorados.
Su mente la traiciona y le vomita esas tardes en las que las palabras sobraban mientras los cuerpos hablaban, en las que no terminaban de decir hola cuando sus lenguas compartían silenciosas sus secretos, mientras se recocían a cuentagotas en cada veloz encuentro.
Sabían lo que hay que saber, que el era hombre y que ella era mujer, que el era tauro y que ella escorpión, y que era inevitable que sus cuerpos lograran entrar en razón de los pormenores de la ética ni los valores morales, poco sabían de sus gustos y carencias, solo conocían esa energía que les fluía de entre las nostalgias por los años que tardaron en conocerse.
Coincidían en canciones y gustos, sus pieles también tenían intereses en común por lo que el intercambio de fluidos no era más que una buena idea que fue derrumbada pocos encuentros después, cuando sostuvieron la mirada más minutos de los establecidos y se encontró uno en los ojos de la otra y viceversa.
El se enamoró de una libertad, de un secreto ajeno a la vida familiar llena de pequeñas anécdotas, del precio del jitomate y los berrinches de los hijos, se enamoró de sus tatuajes y la forma en la que ella temblaba al menor contacto físico, no se enamoró de ella, sino de su risa nerviosa y las posibilidades de pedir asueto de la vida cotidiana.
Ella se enamoró de sus ojos y su barba a medio crecer que le raspaba las mejillas, el cuello y las orejas, haciéndole volver el alma al cuerpo, no se enamoró de él, sino de las letras de Sabina que le dibujaba con los dedos en la espalda, de las palabras ajenas que expresaban lo propio, de la ilusión de algún día desentrañar sus secretos.
Esa una historia en la que el silencio y la distancia tenían papeles protagónicos, ellos solo eran actores de reparto tratando de encajar en una obra de bajo presupuesto, aun así se amaron tras bambalinas, entre un acto y otro, con la misma prisa con la que se prepara un café, con el mismo placer con el que se bebé la primer taza del día de dicho elixir. .
Ninguno tuvo la certeza de que esas luces que les recorrían los cuerpos fueran verídicas o no, de si las paráfrasis que les recordaban el "y sin embargo te quiero" eran simples palabras aprendidas al dedillo para inflamarles los amores o si se inventaron esa larga escena para llenarse los poros de vida.
Tampoco supieron extrañarse porque jamas se tuvieron y algunas veces, como la de aquella tarde, sólo queda una camisa roja como testigo de que aquello fue real.
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