A mi me gusta coleccionar historias, disfrazarlas de amores y portarlas como medallas de guerra, prefiero guardarlas en algún lugar de la cabeza para tener pensamientos en modo de conserva.
Junto pequeños trozos de frases y susurros, de calores y colores, de lágrimas y fluidos, de ruidos y silencios, los guardo en un sobre para así sacarlos cuando me hagan falta.
Y entonces, cuando me siento sola elijo aquellas palabras cuyo remitente por lo general no recuerdo, o al menos me esfuerzo en no recordar, y me pongo lo "te quieros" y los "mi mundo no sería igual sin ti" como coronas de flores en la cabeza y solo así puedo retomar mi camino sin tantas lamentaciones por las nuevas y las viejas ausencias.
A veces también me gusta devolverle la vida a las otras historias, a aquellas que me dejaron desaguando mis tristezas en la mitad de la noche, a esas que me hicieron volver a sentir pequeña y miserable, como una hoja de papel vagando entre los arroyos de agua sucia que forman las tardes de lluvia, a esas palabras que me desinflamaron las soberbias y me retornan sin prisas a mi realidad.
Esos momentos que me recuerdan la impermanencia y la volatilidad de las letras susurradas al oído y me devuelven al punto de inicio, al ras de suelo en el que siempre es necesario arremangarse las faldas, amarrarse bien las botas y volver a comenzar.
Me gusta coleccionar malas y buenas historias, porque solo así soy capaz de sentir que hay algo que solo a mi me pertenece, que puedo caminar por las calles con algo pequeño e imperceptible aferrado a las manos como las mariposas vivas que me nacen y me mueren cada ciclo lunar.
Las porto a veces con orgullo y otras veces con pesar para así, según la necesidad en turno, sentir sus pesos y evitar que un buen día y sin avisos me ponga a flotar por encima de los automóviles y el smog, para que me recuerden quién soy, quién fui y quién puedo llegar a ser, para saber que soy muchas mujeres en una y que todas ellas viven dentro de mí en una orgía sucia pero feliz.
Así, tengo historias para cada ocasión y me llegan de vez en vez en forma de letras en miscelánea, por ejemplo, cuando mis pantalones protestan ante el excesos de triglicéridos traigo de vuelta algunas manos que sin decir nada me mostraron que no hay tallas grandes ni chicas, sino manos sin apetito o con exceso de éste y que al acariciar cada una de mis redondeces me devolvieron la fe que le tengo a cada una de mis acumulaciones de tejido adiposo.
Tengo otras tantas que me recuerdan que puedo ser un ser de oscuridad, que me remiten a las noches encaramada entre las cobijas, odiándome y odiando al mundo, noches en las que puedo acariciar los odios y transformarlos en malos hechizos, en las que puedo ponerme a nadar entre mis charcos de enojos estancados para después de un rato, cansada de los efluvios vaporosos de mis malas decisiones, salir tranquila y feliz, perdonándome a mí y a todas las lunas que me influyeron en la toma de esas malas elecciones.
Y amo tener tantas historias, almacenadas en esta cabeza, porque soy capaz de traerlas de vuelta según se me dé la real gana, y es que solo así puedo saber y reconocerme a mí entre cada una de ellas, puedo entonces recordar que soy una mujer que es muchas a la vez y perdonarme por ello.
Solo así puedo volver a ser la madre benevolente, la hija agradecida, la amante pecaminosa, la trabajadora responsable, o todo eso mismo, pero al revés, porque solo entre mis historias y entre cada una de sus letras puedo acariciar cada parte de mi ser y reconciliarme a cada rato con alguna de las muchas mujeres que habitan entre cada una de mis formas.
Comentario de Juana Henriquez Picasso el junio 12, 2015 a las 8:07pm
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