Tengo los cabellos largos y en cada hebra una historia por contar, son una extensión de mi y a veces dejo que me recuerden los secretos, pero también otras tantas, cuando no quiero escuchar más nada, me los amarro en un chongo bien apretado, dejándolos mancos y mudos.
Les gusta recordarme cosas, y hacerme cosquillas cuando me quedo dormida, me cuentan esas historias que guardé tan bien que yo misma he olvidado, y luego se inventan hermosos recuentos pormenorizados de las veces que se soltaron y cada uno tomó vida propia.
Entonces me susurran todas esas palabras que yo no he alcanzado a decir, ellos gritan los te quieros y los te odio sin tanta pena y con mucha gloria, son rebeldes y si no quieren decirme nada se erizan, tomando formas espeluznantes, atrayendo los pájaros de la tristeza a ese nido de letras a los que muchas veces no me encuentro los pies.
Otras tantas, permanecen quietos, callados, como recolectando las palabras porque no saben qué decir y se quedan ahí, llenos de magias, recuperando cada uno los alientos para volver a volar en mi espalda, para tomarme entre sus brazos y acunarme cada uno de los agobios que me nacen de entre los pulmones.
Son mi extensión y las alas que me llevan a andar los caminos que de pronto me gusta inventarme, me avisan del peligro y me recuerdan los placeres que me juro olvidar, también otras veces les da por interpretarme los sueños y por eso muchas veces ando con cara de iluminada.
Cuesta reconocer entonces que son ellos y no yo los que poseen todas mis verdades y mis mentiras, los que recogen cada una de mis humedades, los que trenzan cada una de mis historias, son mis cabellos los que andan con con cara de magos, y yo, solo soy la receptora de todo eso que recolectan de entre el agua y el viento, del sol y en la lluvia.
Tengo los cabellos, largos y las ideas aún más, ellos representan todas esas cosas que pienso cada día y que no me atrevo a contar a nadie, son mi fuerza y mi guía, ellos me recuerdan todas esas almohadas en la que me dejé alguno de mis sueños olvidados y me obligan siempre a regresar a este mundo.
Ellos se encargan pues de recoger mis amores y guardarlos en cajas pequeñas y herméticas para aventármelos a la cara cuando ando rota y vacía, me los devuelven envueltos en papeles multicolores, para hacerme ver y recordar que ellos y yo somos capaces de volver a nacer con cada luna llena.
Y ya no los corto más allá de mi ombligo, porque me tapan los amores y me cubren del frío, son mis cabellos la magia y la sabiduría que vive dentro de mi, son mis amigos y mis enemigos, son mi poder y mi delirio, mis cabellos son esa cosa que me mantiene tranquilos los respiros.
A veces, cuando estoy triste, se quedan pegados al peine de madera, supongo entonces que prefieren estar ahí enredados entre las cerdas duras que pegados a mi juicioso cráneo, en el que nacen y mueren ideas una vez cada tres minutos.
Luego, cuando finalmente estamos en paz, me gusta trenzarlos formar figuras fantásticas entrelazando con mis dedos en cada una de sus hebras, es entonces cuando nos reconciliamos, ellos me regalan las ideas y luego se quedan ahí, callados y esperando mirar todas las formas que pueden nacerle a mis pensamientos.
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