De pronto un día llegan los olores de varias nostalgias acumuladas, huelen a polvo, a tierra seca, a sudores añejos y orgasmos caducos, pero también expiden un olor a olvido, a pasado, a ganas de cerrar por fin todas las puertas.
Y se antoja decir adiós a todas esas historias, como la de aquella tarde en la que los ojos se llenaron de agua salada mientras manejabas desde la Narvarte hasta Lindavista, o esa que no pasó de cuatro blancas paredes y muchas letras ajenas, es preciso poner fin a los recuerdos para vaciar las maletas y llenarlas de letras recién nacidas en los nuevos viajes.
Llegan las certezas de que hay recuerdos que ya no sirven, como ese en el que contabas las estrellas bajo la sombra de un árbol de dos troncos, o aquella en la que gritaste un “te amo con el alma mientras se dibujaba un arcoiris entre los edificios de la Ciudad de México.
Y los tiempos de deshojar margaritas y soñar a todas horas con utopías empiezan a estorbar, llega cierta edad en la que se debe ir caminando sin tanta distracción, sin esas cobijas de nostalgias empolvadas que no sirven más que para hacer peso e impedir cualquier tipo de vuelo.
Entonces llegan los días de ofrendar despedidas a todos esos viejos amantes que van desde aquellos que apenas se recuerdan, hasta los que te dejaron semillas en el corazón.
Primero se empieza con esos que apenas figuran en la memoria y sólo de vez en cuando bailan entre las nebulosas de la mente, luego se les dice adiós a esos que aún con el paso de los años viven en un lugar importante de la la mente, juegan con ella y presionan de vez en vez el botón de las nostalgias.
A esos últimos se les arranca con el mismo cuidado y valor con el que se quitan las costras, pidiendo al universo que en su infinita bondad dejen algún día de doler, que su recuerdo deje de caer en el corazón a cuentagotas y que finalmente se quede lejos del alma.
Es necesaria una carta de despedida general, debido a que con los años los números de la bitácora de amores no cuadran, entonces ya no se sabe si fueron dos o más de 10, la memoria olvida pero el corazón no, y ya por estos días muy seguramente está cansado de alojar a tantos huéspedes.
Así, se les dice adiós ya no porque se hayan perdido las ganas de ser un trotamundos del amor, sino porque esas historias impiden escribir otras tantas, aunado a que con el tiempo una se vuelve más selectiva y, por qué no decirlo, un poco más perezosa
El día de despedirse de esas historias gozosas llega como una realidad que golpea la frente, como un método de salvación y en forma de un par de alas que permiten finalmente emprender un nuevo vuelo.
Twitter: @Miss__Ovarios
Comentario
Definitivamente, Soltar es reconocer todo aquello que impide nuevas y mejores experiencias... un paso duro de dar, pero una vez que se ha emprendido un nuevo camino con rumbos distintos, retomar esas viejas historias desde el agradecimiento, es como obedecer las señales del camino que te van indicando que no es necesario transitar nuevamente por el dolor y la desesperanza. Saludos!
Justo ayer veía como por 30ava vez el episodio de Sex and the City donde Miranda hace la lista completa de amantes, si bien es una serie de televisión una narrativa y una historia contemporánea la lista era alrededor de 40 con hiperbolación... claro! tenía que despedirse de todos ellos para dar paso a Steven... con el que se quedaría en el final. En fin al fin novela.. pero tienes razón Mariangel me gusta el twist que le das a las despedidas, para dar paso no a otra persona, si no la persona que siempre va a estar con nosotras que somos nosotros mismas, es un tiempo de un amor más maduro hacia nuestro ser más interior! que bonita descripción, de las calles de México y de la experiencia de SOLTAR!
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