La primera vez que fui a Mazunte le escuché decir mi nombre, me dio la bienvenida y bajo los influjos de los humos varios y los cuarzos limpiando mis energías me invitaba dulcemente a mezclar mis carnes en sus enormes brazos de agua y sal, por aquellos años la única forma de validarme como mujer recién empoderada era haciendo cosas sola y ese viaje era la graduación que me certificaba para poder finalmente llevar mis pasos hacia donde mi voluntad quisiera y no al revés.
Así, pasé alrededor de 13 horas montada en camiones y camionetas voladoras entre las curvas de la Sierra de Oaxaca, con la panza llena de Dramamine y los miedos guardados en mi bolsa de mano, después de tantos tumbos llegué a ese lugar que sabe mis más profundos secretos y aún así me abraza cada que vuelvo a él.
Ese primer año hice votos de silencio y las únicas conversaciones que sostuve durante los primeros días fueron con el mar, después conocí a un par de seres humanos que sin querer me enseñaron formas distintas de amar, de ser y de compartir, también aprendí a comunicarme sin hablar y entre las notas de acordeones y guitarras he podido ver al paso de los años a todas las mujeres muy diferentes a aquella que que se guardaba los miedos en los bolsillos.
Los años que siguieron no hice votos de silencio y viajé hasta allá a modo de desconecte, buscaba que el sonido del mar acallara alguna de mis voces, perdía mi vista entre los verdes y azules del mar para ver si éstos, al mezclarse con los negros de mi cabeza, podrían aclarar un poco mis pensamientos, también como cada año desde hace seis, me quitaba la congoja y ponía mis piernas a caminar al atardecer hacia Punta Cometa, para mirar como el sol se guarda sin tantos aspavientos, para saber que hay cosas que deben irse así, sin tanto bombo y platillo pero de manera espectacular.
Las anécdotas de aquellos viajes se mezclan entre todas las historias que viven en mi desordenada memoria, pero hay algunas que me recuerdan que entre mis palabras existe magia; así, un día pude pronunciar sin mayor miramiento un “esta noche duermo sola”, y desde aquella ocasión no tengo ningún reparo en poder decirlo cada que se me da la real gana, en tanto que otro día me salió un “no” tan natural de entre los labios que aprendí a decirlo sin culpa y alguna que otra noche dije un sonoro “sí” desde los más profundo de mis entrañas y desde ahí todos los que me salen lo hacen con la certeza de que mañana va a salir el sol.
Y es que por esos lados también es posible darse cuenta que las almas gemelas no son solo las que se encuentran entre hombres y mujeres que deben estar juntos para siempre jamás, sino que se están entre las palabras viajadas de dos hermanas que ven brujas y sostienen epifanías de avestruces mientras pasan lentas las estrellas fugaces, también por aquellos lados se ven más claras las decisiones y aún cuando el cuerpo esté lleno de sol, arena y cocos mágicos es posible tomarlas todas por los cuernos y saber que existen historias que se van con uno a la tumba.
Desde hace seis años también enfrento las críticas, los clásicos “a poco viajas sola” y los “¿por qué no llevas a tu hijo?”, así como los juicios anuales del progenitor de mi vástago, quien me apunta con el dedo flamígero del “eres una mala madre por abandonar a tu hijo”, como si por querer una semana solo para mí me convirtiera en la María Magdalena contemporánea.
Luego, cada año vienen las reprimendas y los días enteros sin poder hablar con mi crío como un supuesto castigo por querer ser libre de cargas, lo que nadie sabe es que cada año le pregunto a mi niño si esta vez quiere acompañarme, él contesta sabiamente que no y todavía no sé si lo hace por respeto o como modo también de librarse de mí, en cualquiera de los casos el asunto lo arreglamos entre los dos como esos pactos silenciosos pero llenos de fuerza.
También le he bajado los colores a mis intensidades y casi creo que año con año me crece el super poder de decir basta y conocer cada uno de mis alcances, siempre meto a mi mochila los mismos trapos y algunas gafas de sol baratas, lo único nuevo que llevo cada agosto a Mazunte es mi piel, que va a descargar añejas historias y a acariciar otras tantas nuevas, que va a quemar con los rayos del sol cada una de sus tristezas, que se renueva para escribir más y que se muere un poco para ver como por debajo de sí misma vuelve a nacer.
Twitter: @Miss__Ovarios
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