Este es el día en el que me reconocí en mi madre

Me di cuenta de que empezaba a ser como mi madre cuando comencé a observar el mundo con unos ojos más juiciosos, cuando fui capaz de caminar con pies propios y pude mirarme al espejo sin tantos tamices; sin embargo, confirmé que no lo había hecho como juré que sería, aseguraba en mi juventud que jamás de los jamaces sería una copia fiel de mi madre y con el paso de los días todavía me cuesta reconocer que muchas veces soy su calca.

 

Los cambios surgieron de manera paulatina, primero alguna opinión lanzada al aire sin querer salida desde las entrañas en la que masticando el pasado se propinó en seco un  “en mis tiempos las cosas eran...”.

 

Solo entonces se percibe ya la entrada de los años y al igual que con la edad se comienzan a revisar las etiquetas nutricionales y las fechas de caducidad, el espejo que antes reflejaba las desveladas propias de alguna gozadera promisoria ahora solo reproduce el paso del tiempo, que vertiginoso como es, un día llega y ofrece otros panoramas y solo entonces caminas con pasos firmes por el mundo.

 

Y es que poco antes te considerabas parte de la manada de la gente joven, la vida era idílica, con muchas notas de utopía flotando en el aire, la preocupación era solo una palabra del diccionario y la frase preferida era “fluye”.

 

Pero con el arrastrar de los minutos llega también el tiempo de organizar los pasos, se cambia la mochila por una bolsa decente y de ella se sacan las libretas, así como algunos sueños y canciones para cambiarlos por aspirinas, una agenda y alguna pomada multitask, de esas que alivian tanto las quemaduras del sol, como los sobrecalentamientos de alma.

 

Comienzas a mirarte lejos de las tribus que enarbolan alguna causa ajena y la vuelven propia, a criticar el modo pausado con el que caminan, con la misma parsimonia y despreocupación con la que anda una garza que tiene el corazón y el estómago llenos.

 

Luego entonces llegan las certezas, cada vez te pareces más a tu madre, y si ya diste vida algunas veces hasta te encuentras repartiendo junto el desayuno  las mismas frases hechas que viven en las bocas de las madres desde tiempos inmemoriales, entonces un día sin pena y con mucha gloria lanzas un “mientras vivas en esta casa” o un vergonzoso “porque en mi casa mando yo”.

 

Luego recuerdas lo que frases como aquellas causaban en tu alma, imaginabas por enésima vez un nuevo plan para salir de la casa materna lo antes posible,  planeabas los pasos necesarios para tener unas alas propias y te prometías jamás tratar así a tus vástagos y mucho menos soltar aquellas palabras oligarcas que ahora reconoces nacer por generación espontánea de entre tus labios.

 

Cuando al final sales de casa, comenzaste a andar por caminos propios y con voz bajita para que no te oyeran los orgullos, repetías de vez en vez y en modo de jaculatoria un “que razón tenía mi madre”, y aún cuando todavía seas incapaz de mirarla a los ojos para reconocer y agradecer tantos aprendizajes, muchas veces, cuando no hay muchas alternativas y algunos miedos se te aferran a las faldas, te preguntas “qué haría mi mamá en este caso”.

 

Luego, te reconoces en los ojos de tu madre con la naturaleza con la que te comienzan a salir las primeras arrugas y el cabello, antes lleno de vida, comienza a dejar el cráneo sin tanto bombo ni platillo, empiezan entonces a nacer los primeros hilos de plata que te recuerdan que la vida se debe tomar con alguna clase de seriedad pero sin que nada importe tanto como para que importe.

Sin embargo, a diferencia de los que se piensa a los 20, con la cabeza llena de hormonas y amores en miscelanea, con el paso de los años deja de molestar ser igual que tu madre, comienzas a comprender la vida desde otras perspectivas y reconoces en tus ojos las primeras vetas de sabiduría.

Twitter: @Miss__Ovarios

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Comentario de Abuela, Abuela el septiembre 14, 2015 a las 10:12pm
Si Mariangel, en algún momento de nuestra vida estamos repitiendo patrones y te encuentras preguntandote si es por educación, por costumbre ó por madurez. Y más adelante te das cuenta que son esos rasgos de sabiduría que se te prendieron sin que lo notaras. Gracias por este día!. Abrazos.

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