Segura de mis habilidades dancísticas incursioné en el aprendizaje del tango y convencida de mi buen ritmo llegué a mi primera clase con unas botas bien cómodas y una seguridad inflamada que tras hora y media se iba a minimizar y dejar en claro que a veces pueden nacer dos pies izquierdos.

De acuerdo con el poeta, Enrique Santos Discépolo, el tango es "un pensamiento triste que se baila", mientras que la escritora argentina Alicia Dujovne Ortizla lo define como "Un monstruo de dos cabezas, una bestia de cuatro patas, lánguida o vivaz, que vive lo que dura una canción y muere asesinada por el último compás".

Y ahí estaba yo sin mover el torso y entrenando a cada una de mis piernas para arrastrarse suavemente por la duela, mirando en el espejo cada evolución,  buscando mi ritmo en el corazón sin ningún éxito y todo iba bien cuando los pasos a aprender se hacían en soledad y la consciencia de error solo era palpable por mi misma.

El problema llegó cuando hubo que aplicar cada paso con alguna pareja elegida al azar y que en cada canción iba cambiando, así que debía lidiar con varios de mis demonios, uno de ellos es la molestia del contacto físico,  tocar una mano sudorosa,  percibir olores ajenos a los míos y compartir un espacio físico con alguien,  además del pánico de evidenciar con alguno cada uno de mis errores.

Algunas de las parejas con las que me tocó compartir mis pasos en la clase,  tan nuevas como yo en ese baile, no notaron la torpe evolución de mis pies, así que  mi torso y cabeza permanecían erguidos y soberbios tal como lo decía el maestro, pero la parte que más me costó trabajo era la de dejarme guiar por un hombre y permitir que este marcara el ritmo de cada uno de mis pasos.

Acostumbrada a caminar sola y a ver nacer cada una de mis decisiones,  la parte de dejarme guiar fue totalmente nueva, me causó tanta resistencia que mis manos comenzaron a sudar y de mis pies emanaban remedos de pasos, se me cruzaban las rodillas y yo misma pisaba mis propios dedos.

En esas estaba cuando sonó otro tango y hubo que cambiar de pareja, un señor alto y ya entrado en años tomó mi torso con determinación y agarró mi mano, la puso en ángulo recto,  fijó su mirada en mí y comenzó a bailar y yo, primero con miedo, busqué alejar mis fobias y manías de manera instantánea y me dejé llevar por la música, el hombre me jaloneneaba con firmeza pero suavemente   si yo elegía cambiar de paso, me ponía otra vez en mi centro y me marcaba los pasos a seguir con sus manos.

Durante esa canción dejé mi soberbia pseudo feminista a un lado y simplemente me dejé llevar,  mis pies se soltaron y así,  de pronto, empecé a bailar sin pisarme los pasos, de atrás para adelante como trompo chillador, esperando cada señal,  siguiendo finalmente los pasos de un otro y no los míos, y al ritmo del bandoneón y los pianos entendí que muchas veces para poder bailar y estar en un mismo espacio con alguno es necesario dejarse guiar, esperar las señales y fluir con la música.

Durante los menos de tres minutos que duró aquel tango triste me llegó  una sabiduría  que  durante años de terapia y amores fallidos buscaba,  con cada amante, amigo y amor de un rato trataba de entender por qué mi vida amorosa era tan efímera como un arco iris,  quería saber por qué los amores me duraban lo que dura un semáforo en verde y entendí que yo soy siempre la que busca guiar,  la que continúa caminando sin esperar las señales,  la que no deja que le agarren el alma y la guien al ritmo de la música.

Y las feministas podrán odiar mis argumentos y hasta a mi misma me cuesta reconocer que en los amores es necesario dejarse guiar y reconocer con antelación los rumbos que tomará el otro,  sostener la mirada y continuar con el movimiento al compás de una canción.

Es necesario dejarse sostener sin tanta resistencia, sin miedo a que la pareja perciba los errores ajenos, sin temor a dejarse mover de un lado a otro sin la certeza del ritmo a seguir, solo mirando los ojos y sintiendo la música.

El tango tiene sus pasos básicos,  que son el abrazo estrecho, la caminata, el corte y la quebrada,  así como los amores, primero se abrazan y luego caminan, y aunque todavía no aprendemos el corte y la quebrada quiero imaginar es que cuando la mujer deja todo su cuerpo a merced del otro y nacen los giros y ese dejarse caer sin que el otro te deje caer.

Apenas voy en la segunda clase y quizás nunca me vea como las espigadas y dramáticas bailarinas tangueras de la televisión,  pero ya alcancé a comprender que en el tango, como con los amores es importante seguir el ritmo y dejarse llevar por la mirada del otro, soltar un poquito el alma y la soberbia para solo así dejar de bailar con uno mismo y compartir durante al menos una canción esa sensación de sincronía y acompañamiento que mata cualquier soledad.

Twitter: @miss__ovarios
http://mariangel-elovario.blogspot.mx/

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Comentario

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Comentario de Mariangel Calderon el septiembre 15, 2014 a las 10:49am

que a veces los jaloneos no son precisamente físicos, a esos es a los que me refiero, a los jaloneos emocionales que te hacen entender cosas que no entendería una normalmente. 

Comentario de Renata Rodriguez el septiembre 11, 2014 a las 11:08am

Me encanta tu texto: cuánta razón.  Con todo todavía me defiendo como gato boca arriba. Una cosa es hacer a un lado la soberbia, dejarte guiar y fluir y otra muy distinta dejarte llevar (jalonear) por alguien que desconoce desde el ritmo hasta el sentido último de ese abrazo. Con todo: habrá que intentar.

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