El 29 de abril, el Secretario de Defensa de Estados Unidos, Pete Hegseth, anunció con orgullo la eliminación del programa Women, Peace & Security (WPS) en el Departamento de Defensa, argumentando que era parte de la “agenda woke” que debía erradicarse en concordancia con la Orden Ejecutiva del 20 de enero que erradica los Programas de diversidad en la administración pública.
Más allá del discurso ideológico, esta decisión representa un retroceso profundo en la forma en que entendemos la paz, la seguridad y la igualdad a nivel internacional.
El programa WPS tiene su origen en la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad de la ONU, firmada en el año 2000. En ella se reconoce el papel que juegan las mujeres en la prevención y resolución de conflictos, en los procesos de negociación, construcción y mantenimiento de la paz y hace énfasis en la importancia de garantizar su participación en los procesos de reconstrucción posteriores al conflicto. ¿La razón? Mujeres y niñas viven las guerras con una doble amenaza: por vivir en una zona de conflicto armado y por el mero hecho de serlo. La violencia cotidiana y las amenazas normalizadas se acentúan durante estos eventos.
Estados Unidos fue el primer país en traducir esa resolución en política interna con la promulgación de la Women, Peace, and Security Act de 2017 -firmada por el entonces presidente Donald Trump- y cuyo plan de acción fue creado en octubre de 2023. La gran ironía de esto es que entre las figuras clave en el impulso de esta iniciativa se encontraban Marco Rubio y Kristi Noem. Ivanka Trump, la hija del presidente, anunció con enorme orgullo en 2019 que gracias a ella se estaba apoyando a las mujeres policías en Colombia.
El gran valor de esta ley radica en que obligaba al Departamento de Defensa, al Departamento de Estado y a USAID, entre otras instancias, a integrar la perspectiva de género en sus operaciones, diseño de políticas, planes estratégicos y misiones de seguridad global. Esto fue, hay que decirlo, parte del legado que construyó Hillary Clinton cuando fue secretaria de Estado.
Numerosos estudios, expertas y expertos han demostrado que los acuerdos de paz son más duraderos cuando las mujeres participan en su negociación.
Esta decisión es congruente con la política antidiversidad, antiderechos y antiigualdad que ha caracterizado a este gobierno, pero es una contradicción erradicar una decisión tomada por el presidente en su mandato previo y que presumió con orgullo en su momento. Argumentar que es innecesaria por ser una carga “ideológica” para las fuerzas armadas no sólo ignora su origen bipartidista, sino que refleja una peligrosa visión de la seguridad desligada de los derechos humanos y de la inclusión.
La agenda por la igualdad y los derechos humanos ha quedado atrapada en la batalla ideológica y polarizante que hoy caracteriza la política en Estados Unidos. Es blanco de ataques por el simple hecho de existir, sin considerar su importancia, impacto, eficacia o trascendencia.
¿Qué implicaciones tiene esta decisión a nivel global? Eliminar el WPS no sólo implica excluir a las mujeres de espacios vitales de decisión, debilita la seguridad colectiva y excluye a la mitad de la población, de las víctimas y de las tomadoras de decisiones de la mesa de negociación. Si se quiere una paz real y duradera, incluyente y no sólo definida en términos de “no uso de armas”, las mujeres tienen que estar sentadas en la mesa de decisiones. La violencia de género no es “un daño colateral” de los conflictos, es una pieza central de su estructura.
La parte más grave de esto es que se borra a las mujeres como actoras clave en la construcción de soluciones globales.
¿Y ahora qué sigue? Tejer paz desde otros lugares.
Estados Unidos ha decidido dar la espalda a una de las agendas más transformadoras de la política internacional reciente: la inclusión y la igualdad. Nunca adoptó una política exterior feminista, pero el Acta del 2017 fue un avance significativo en ese sentido.
Ese retroceso no debe marcar el rumbo del mundo. No lo podemos permitir. Si los gobiernos retroceden, la sociedad civil avanza. Las mujeres lo han demostrado una y otra vez: saben construir redes, tender puentes, levantar la voz y sobre todo, ser resilientes.
Es tiempo de tejer alianzas internacionales por la paz, que trasciendan fronteras y de cabildear los espacios multilaterales y regionales, de exigir coherencia entre discurso y acción. Ninguna región debe quedarse atrás, empezando por América Latina, una de las más violentas en el mundo para las mujeres.
Incluir a las mujeres en la toma de decisiones y pensar la seguridad global con perspectiva de género no es sólo cuestión de justicia o discurso: es una estrategia de paz.
Publicado originalmente en Animal Político el 2 de mayo del 2025.
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