¿De qué modo examinamos nuestro propio proceso de toma de decisiones para poder corregirlas si es necesario? En primer lugar, hay que distinguir entre información y proceso. Puede que pongamos un énfasis excesivo en la recopilación de datos y su análisis. Personas inteligentes con la información correcta también pueden llevar a conclusiones erróneas si trabajan con esos datos de forma equivocada.  

Más no es siempre mejor cuando se de recabar información. No solamente nos arriesgamos a diluir la calidad de la información por querer abarcar demasiado, no hay que olvidar que el tiempo es un factor a tener en cuenta. Si no existen otras diferencias sustanciales, hay pocas opciones que no resultan mejores, si las tomamos antes que después.

… Limitar desde el inicio el alcance de nuestras investigaciones es nuestro primer deber. La experiencia y los cálculos preliminares nos permiten reducir las opciones casi inmediatamente. Solo cuando esas opciones iniciales no parecen apropiadas tras realizar ciertos análisis podemos intentar volver atrás y buscar nuevas opciones para el primer movimiento.

Empezar de nuevo implica pérdidas de tiempo importante, y suele ser una opción psicológicamente ardua. Nos vemos obligados a admitir que nuestras premisas iniciales quizá estaban equivocadas, y no tenemos ninguna garantía de que la siguiente serie de alternativas resulte mejor que la primera. Ello nos conduce a dos modelos de decisión impuestos, pero igualmente destructivos:

  1. Escoger cualquier camino que haya examinado a fondo, simplemente porque lo conocemos mejor.
  2. Dejarnos llevar por los nervios y optar por lo nuevo y desconocido, visto que las opciones iniciales no sirven.

La primer opción, es cómo el viejo chiste del hombre que busca su cartera donde hay luz, en lugar de donde la perdido. Lo malo conocido nos resulta más cómodo que lo desconocido; en algunos casos es la única opción posible. Si no tenemos tiempo para evaluar las otras opciones, es preferible equivocarse con algo conocido que lanzarse a ciegas al vacío con la esperanza de aterrizar en una nube.

Lo cual describe la segunda trampa, prescindir de nuestro análisis y optar por la opción inédita en el último minuto. Este comportamiento es muy común incluso en el disciplinado mundo de los maestros de ajedrez, que valoran tanto el análisis.

Obviamente, si las alternativas disponibles que hemos examinado nos conducen a la catástrofe, no perdemos nada si probamos algo nuevo. Pero el optimista que todos llevamos dentro puede sentirse atraído por esos arrebatos de fe, incluso cuando los caminos ya conocidos no conducen al fracaso. La misma naturaleza humana nos lleva a olvidar la cantidad de ocasiones en las que tal comportamiento ha resultado catastrófico en favor de las pocas veces que ha acabado brillante.

El problema será que tendremos que decidir si la nueva inspiración es mejor que las líneas que ya hemos analizado.

 …Nuestro objetivo es tener en mente cuáles son nuestras tendencias, para controlarlas. Si somos prudentes, debemos asegurarnos de detenernos un momento a considerar un par de opciones nuevas, antes de llevarlas a cabo. Si somos imprudentes, debemos forzarnos a seleccionar y reducir las opciones es el principio. Recordando que en ambos, ello requiere un poco de tiempo extra, al menos hasta que adquiramos el hábito y desarrollemos un estilo más equilibrado.

Por supuesto, todos podemos actuar de un modo u otro según la ocasión; no existe una receta universal sobre el número de opciones a considerar, o hasta qué punto hay quien lo dice una alternativa u otra. Lo mejor que podemos hacer es conseguir el tiempo y la oportunidad de tomar la mejor decisión.


Fragmento tomado del libro “Cómo la vida imita al ajedrez”, de Garry Kasparov. Capítulo 12, El proceso de toma de decisiones.

“Saber y hacer son dos cosas distintas”. Carl Von Clausewitz

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