Tanto la Ilíada de Homero como la Eneyda de Virgilio recogen la leyenda de aquel caballo de madera introducido en la fortificada ciudad de Troya como aparente símbolo de su victoria y grandeza, pero en cuyo interior estaban ocultos soldados enemigos, quienes aprovechando la noche salieron de su escondite para abrir las puertas y permitir la entrada de los ejércitos que provocaron la derrota definitiva de la metrópoli griega, instaurando así en el imaginario la metáfora de la traición y el engaño como artífices de la capitulación.

 

Sirva pues esta tristemente célebre referencia para aludir a las batallas que se pierden por el exceso de confianza, que provoca que se baje la guardia y se reduzcan las precauciones al grado de no ver al enemigo, que aprovecha la flaqueza para instalarse adentro de la coraza.

 

Las mujeres hemos venido construyendo nuestro fuerte, blindándolo con el esfuerzo de tantas que con sangre y sudor han dejado sus vidas, muchas de ellas sin ver concretarse el sueño de alcanzar derechos por los que lucharon. Las sufragistas no alcanzaron a vivir el tiempo en que el derecho al voto se hizo realidad; las que lo consiguieron no pensaron que llegaría el día en que habría que impulsar cuotas para tener una mayor representación; las mujeres que promovieron esas reformas quizá pensaron que pasaría mucho más tiempo para que la paridad fuera ley. Pero lo cierto es que entre las primeras y las últimas han trascurrido 300 años y el tema de los derechos políticos y electorales de las mujeres sigue siendo una vena abierta, una tarea inconclusa y un terreno sobre el que no es posible dar ni medio paso atrás.

 

Han tenido lugar ya los primeros procesos electorales luego de que se aprobara la Paridad en Todo, conjunto de reformas que ya nos llevó tanto en 2021 como en 2022 a renovar Presidencias Municipales, Diputaciones Locales, Diputaciones Federales y Gubernaturas, y que se alista para enfrentar – ahora sí – la madre de todas las batallas electorales: la del 2024.

 

Hasta hoy, la Paridad en Todo ha permitido contar con congresos, tanto estatales como el federal, paritarios, haciendo valer la integración equitativa gracias a la aplicación de los criterios de ley incorporados, que compensaron con posiciones plurinominales votaciones que no resultaron más favorecedoras para mujeres que para hombres, lo cual sin duda es un factor no menor a la hora de evaluar cómo es que estamos logrando que las mujeres accedan a los espacios de representación.

 

Ello ha sido claramente determinante para el caso de los triunfos al frente de gobiernos locales, mismos que a nivel nacional vivieron una importante disminución que arrojó menos mujeres presidentas municipales, pero trajo a más mujeres síndicas que acompañan -por paridad– las planillas de los candidatos hombres, que son por quienes la ciudadanía votó mayoritariamente en los municipios, fenómeno que amerita todas las reflexiones y acciones necesarias para revertirlo.

 

Esta falta de representación ya no digamos paritaria, sino simplemente significativa de mujeres en los gobiernos locales, de algún modo se compensa con el triunfo de las ocho nuevas gobernadoras que en los últimos dos procesos se incorporan como mandatarias de sus entidades, permitiendo que a finales de 2022 vayamos a tener nueve mujeres gobernando en el mismo número de estados, de los 32 que tiene el país.

 

Estamos en la antesala del 2024 y ahí es donde la estrategia del Caballo de Troya se hace más que evidente. En este momento –como nunca antes– el feminismo, la agenda de las mujeres, los asuntos de género y todo aquello que está vinculado con el 52 por ciento que representamos a nivel nacional, está colocado en el centro de la discusión pública pero no como prioridad a resolver, sino como estrategia de marketing político para los fines de ellos, que siguen siendo los dueños del pandero y que son los que agazapados adentro del caballo, intentan engañarnos para que el patriarcado siga gobernando.

 

Y si para mantener el poder deben usar mujeres, pues lo harán. Aún a costa de nosotras mismas.

 

Porque para conservar el poder patriarcal tienen a personas como Layda Sansores, que en su afán de prestarse a ser el instrumento para derrocar a un hombre, demuestra que las mujeres pueden llegar a jugar tan sucio como ellos o peor aún, porque hasta se presta para golpear a otras, haciendo que quien le conteste sea tachado de misógino o se le acuse de violencia política. Y es que ese recurso, obtenido como protección para nosotras, está siendo estratégicamente utilizado por quienes se prestan al juego de hacerle el caldo gordo al patriarcado, tratando de estirar el tipo penal hasta para esconder corrupciones o más violencias, pervirtiendo un logro que obtuvimos para defendernos.

 

En el caballo de madera con el que se pretende derrocarnos, también van a bordo voces y bots que azuzan y acosan a quien asome la cabeza, haciendo efectiva la máxima más misógina jamás dicha: “la peor enemiga de una mujer, es otra mujer” y ellas –como aliadas del patriarcado– lo acaban cumpliendo.

 

No basta con que la postulada sea mujer para que el partido que la impulsa o el grupo político que está detrás de ella cumpla con tener conciencia de género, cuando lo único que están haciendo es buscar un vehículo con falda para acceder al poder y apropiarse del mismo, igual a como lo hicieron ayer, cuando se dijeron ambientalistas porque esa era “la moda”, o como lo harán mañana que se asumirán diversos, cual veletas electorales sin identidad propia.

 

Vemos desde ya el inicio –muy anticipado por cierto– de afanes proselitistas de quienes con camisa de fuerza pretenden apropiarse de un discurso que no les pertenece, vilipendiando una causa que es mucho más profunda que vestirse de rosa o decir algunas palabritas empoderadas en voz de estrellitas fugaces o partidos aprovechados a quienes les parece “cool” una agenda que ni entienden ni comparten.

 

Sepan que las feministas estaremos dando la batalla electoral en 2024 como lo hacemos en cada día desde todos los frentes: con congruencia, con sustento, con valentía, con una agenda clara, con causa probada, con convicción y no con una impostura que de tan falsa ya ni a corrección política llega.

 

Esta vez Homero tendrá que reescribir su Ilíada. No permitiremos que pretendan esconderse en un caballo de madera. Troya será feminista, o no será.

 

@MonicaMendozaM

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