Debía tomar un vuelo a la media noche, ella recién le había enviado un par de fotografías presumiendo nueva lencería. Hizo su maleta apresuradamente y se dirigió a su casa, esperaba que ya hubiera vuelto de la oficina.
Coincidieron en la entrada del fraccionamiento y a ella se le detuvo el corazón, su sonrisa abrió las alas y pudo sentir un cosquilleo en su bajo vientre.
– ¿No vuelas a Río está noche? -Preguntó abriendo torpemente la puerta.
Él no respondió sino que la acorraló sobre el marco de la entrada besándola sin miramientos y haciéndola sentir todas sus ganas.
Cerraron y subieron de prisa, aventando zapatos y cinturones, camisas y pantalones, desabrochó su sostén y la hizo girar de espaldas a la luna del tocador.
-Así, quiero verte, qué rica tanga traes hoy, esa envoltura fue muy sugerente en la fotografía – dijo mientras la hacía mover el trasero reflejado en el espejo y tocaba suavemente las delicadas líneas de encaje azul con rosa.
Unos segundos después la tanga estaba en el piso y ellos en la cama, buscándose, oliendo y saboreando, dejando que las manos y las caderas se aferraran al otro, sin espacios, provocándose y arremetiendo, cambiando el ritmo y erizándose la piel en esa danza en la que se entregaban tanto, piel, corazón y alma hasta fundirlo todo en llamas y estremecer en colores naranja y rojo.
Sonriendo se besaron largo, él sostuvo su cabeza y la miró profundo, ella apretó sus piernas a su cadera y suspiró. Exprimieron el momento un poco más hasta que él dijo.
-Ya me voy preciosa, tengo un avión a Río que alcanzar.
Lo miró vestirse acurrucada en la cama.
-Gracias por venir guapo, te estaré esperando en el hotel de Río -dijo coqueta mientras le lanzaba un beso y le guiñaba el ojo, ambos sabían que se quedarían piel con piel todos estos días, la distancia no existía entre ellos.
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