Siempre me he considerado una mujer muy afortunada, para empezar, mi mayor fortuna ha sido haber nacido en la familia que tengo, con un papá y una mamá libres de pensamiento, que desde que estábamos en la infancia, nos enseñaron a mis dos hermanos y a mí, a ser libres  y responsables de nuestra toma de decisiones. Bueno, haciendo un recuento de cuando era niña,  creo que lo mejor que me pudo haber pasado fue el que tuve la oportunidad de crecer estuchando ópera y The Beatles y que me enseñaran a leer con los cuentos de Mafalda.

De las principales cosas que recuerdo de mi mamá, es que siempre me decía que estaba bien pensar diferente al resto de la mayoría, que estaba bien que tuviera dudas y que estaba bien que muchas veces estuviera en desacuerdo con lo que me habían dicho que era lo “correcto” por hacer. Que nunca me venciera por el miedo de ser diferente y de nunca dejara que  nadie me convenciera que no podía lograr las cosas que quería. Ahora ella ya no está aquí, pero siempre pienso en todas esas cosas maravillosas que me enseñó. Un día, estando yo en la prepa y  leyendo uno de los libros que nos prestaba, me encontré con una palabra que marcó mi vida: UTOPÍA.

Yo entiendo la utopía como”la representación de un mundo ideal y  alternativo al mundo que existe”…y así, creo que en ese momento fue cuando decidí que de mayor iba a ser una constructora de utopías… pero como no había carrera universitaria para eso, estudié ciencias de la comunicación, pero finalmente, aquí estoy, dedicada a construir utopías. Así que todos los días me levanto convencida que el mundo en el que yo creo puede existir, pero que hay que hacer que las cosas cambien y sucedan.

Una de mis principales utopías,  es un mundo en el que no exista discriminación… a  lo mejor debería de comenzar por definir que es la discriminación, y para fines prácticos, voy a citar la definición de discriminación que viene en la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la discriminación, que dice así: Discriminación es ”toda distinción, exclusión, restricción o preferencia que, por acción u omisión, con intención o sin ella, no sea objetiva, racional ni proporcional y tenga por objeto o resultado obstaculizar, restringir, impedir, menoscabar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio de los derechos humanos y libertades, cuando se base en uno o más de los siguientes motivos: el origen étnico o nacional, el color de piel, la cultura, el sexo, el género, la edad, las discapacidades, la condición social, económica, de salud o jurídica, la religión, la apariencia física, las características genéticas, la situación migratoria, el embarazo, la lengua, las opiniones, las preferencias sexuales, la identidad o filiación política, el estado civil, la situación familiar, las responsabilidades familiares, el idioma, los antecedentes penales o cualquier otro motivo”.

Si, lo sé,  soy una idealista sin remedio, pero creo totalmente en que todas las personas debemos ser iguales y tener acceso al pleno al ejercicio de nuestros derechos humanos, y me parece increíble y sobre todo inaceptable que en pleno 2014 estemos frente a una legislatura que (con intención o no)  discrimina y excluye a grupos sin ninguna razón aparente más que creencias personales y resistencias dogmáticas basadas en estereotipos sin ningún fundamento. Me refiero específicamente a los matrimonios entre personas del mismo sexo. Ya  sé que ya había escrito del tema hace apenas unas semanas, pero hoy retomo esta utopía porque el lunes 28 de abril, un grupo de personas de diferentes asociaciones civiles, acudimos al H. Congreso del estado a presentar una iniciativa para promover la modificación de los artículos 15, 105 y 133 del Código Familiar para el Estado de San Luis Potosí.

Esta iniciativa la trabajamos el marco de la decisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, quien, la semana pasada (miércoles 23 de abril), determinó la concesión por unanimidad de tres amparos y con ello declarar inconstitucional el Artículo 143 del Código Civil del Estado de Oaxaca, en el que se define al matrimonio como la unión civil entre un hombre y una mujer con fines reproductivos. En la acción de inconstitucionalidad, el Pleno de esta Suprema Corte sostuvo, a partir de una interpretación evolutiva del artículo 4º constitucional, que este precepto no alude a un “modelo de familia ideal” que tenga como presupuesto al matrimonio heterosexual y cuya finalidad sea la procreación. En este sentido, este Alto Tribunal aclaró que la protección de la familia que ordena la Constitución no se refiere exclusivamente a la familia nuclear que tradicionalmente ha sido vinculada al matrimonio: padre, madre e hijos e hijas biológicas. En dicho precedente, el Pleno afirmó que la Constitución tutela a la familia entendida como realidad social, y aquí viene mi parte favorita del fallo de la SCJN, cuando el Pleno concluyó que en la actualidad la institución matrimonial se sostiene primordialmente “en los lazos afectivos, sexuales, de identidad, solidaridad y de compromiso mutuos de quienes desean tener una vida en común”.

Eso, justamente eso es lo que es una familia, y ahora si que no lo digo yo, lo dice la Suprema Corte de la Justicia de la Nación, con toda su autoridad y todas sus facultades, yo no veo entonces, al día de hoy, una razón lógica y justificada para no modificar los artículos anteriormente citados del Código Familiar para el Estado de San Luis Potosí. A veces creo, que tenemos una concepción del mundo que nos impide ver lo que hay más allá de nuestra propia cotidianidad, le tememos a lo que no conocemos y en consecuencia, podemos llegar a discriminar.

Yo tengo mucho corazón y cerebro puesto en esta iniciativa, primero, porque tengo muchos amigos y amigas que al día de hoy,  pareciera que son ciudadanía de segunda porque no gozan de todos los derechos humanos consagrados en la constitución por el sólo hecho del ejercicio de su sexualidad; y en segundo lugar, porque yo siempre he dicho que no iba yo a casarme hasta el día en que los llamados matrimonios igualitarios fueran una realidad en mi querido San Luis Potosí, así que, podría yo decirles a los y las integrantes de la legislatura, que sería maravilloso que aprobaran esta iniciativa, si no corren el riesgo de que mis tías fueran a insistirles en su aprobación porque ya les urge que me case…no ya en serio, no me parece justo, como dije en una columna anterior, que mi condición como mujer heterosexual me otorgue el privilegio de ejercer un derecho humano (art. 16 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos) y otras personas, queden excluidasde la garantía de éste.

Finalmente diré que desde que era yo chica, he visto a las parejas integradas por personas del mismo sexo tan iguales que las parejas heterosexuales. No encuentro diferencia entre los lazos afectivos y solidarios (como ya dijo la SCJN) entre ellos/as. Para mí, son parejas que deciden emprender una vida juntos/as bajo los mismos motivos que lo hace una pareja heterosexual: por amor. ¿Y en qué nos hemos convertido que impedimos el acceso a los derechos nada más porque no entiendo esa clase de amor? No lo sé, sigo sin entender porque estoy en  un mundo donde es válido tener portadas y contraportadas de diarios y revistas con cuerpos destrozados por accidentes vehiculares o por ejecuciones de la guerra del narcotráfico, pero no tenemos una portada que muestrea una pareja del mismo sexo besándose. Bien lo dijo mi querido John Lennon hace muchos años “Vivimos en un mundo donde nos escondemos para hacer el amor, mientras la violencia se practica en plena luz del día”

 

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